(dedicado a mi buen amigo Ginés, que me ganó una apuesta sobre este tema)
El
sábado, 27 de marzo de 1943, al volver de un ejercicio aeronaval, y muy
posiblemente debido a una fuga importante de gases de combustible de aviación,
el portaaviones HMS Dasher sufrió una
tremenda explosión que reventó e hizo saltar por los aires el ascensor de popa,
e incendió el navío de proa a popa. Cinco minutos después comenzó a hundirse
con gran rapidez de popa, saltando los supervivientes de la explosión a las
frías aguas del Firth of Clyde
escocés. De 528 tripulantes, sólo sobrevivieron 149.
El HMS Dasher
tenía un historial curioso. De la clase Avenger,
había sido construido en los EEUU, en los astilleros Sun Shipbuilding,
de Chester, Pennsylvania, sobre la base del mercante Río
de Janeiro, y entregado a la desesperada armada británica en julio de 1942. Los
portaaviones de escolta eran una necesidad acuciante en la batalla del
Atlántico, y más en su punto álgido de 1942 – 1943. Sin embargo, ni su tamaño,
ni su forma de construcción gustaban a
los marinos británicos. De hecho, en la armada norteamericana sus siglas, antes
del numeral, CVE, por Carrier Vessel Escort,
eran cambiadas por sus tripulaciones por Combustible Vulnerable Expendable, señalando así el defecto
(luego subsanado en modificaciones siguientes) de sus poco fiable sistema de
distribución de combustible de aviación, que daba lugar a fugas constantes y
acumulaciones peligrosas de vapores del mismo.
Como
curiosidad, mencionar que embarcó, durante la operación Torch, uno de los últimos escuadrones de Sea Hurricane que vería combate, el 835 (los otros
dos últimos, el 800 y el 801 iban en un buque gemelo, el HMS Biter).
Si
bien el rescate se lanzó con la mayor rapidez posible, el manejo posterior de
la catástrofe fue lamentable. Sólo dos buenas decisiones: intentar ocultar un
incidente así en tiempo de guerra, mediante la reclusión en una base de los
supervivientes, y la revisión en astilleros del resto de los portaaviones de la
clase (los HMS Biter y HMS Avenger) para arreglar el desaguisado del sistema de distribución de la volátil
gasolina de aviación. Sin embargo, el manejo funerario de los cadáveres fue
simplemente vergonzoso. De primeras, como es lógico, se trató de ocultar el
hundimiento, todo lo posible a las familias de los fallecidos. A continuación,
se enterró sin apenas ceremonia alguna, en una fosa común, a los primeros
cadáveres rescatados. Tras la presión que hubo se llevaron a 60 familias a Ardrossan, pero sólo se celebraron 12
funerales…y la mar, durante las semanas siguientes, devolviendo poco a poco los
cuerpos de los fallecidos de hundimiento declarado secreto, pero ya conocido
por toda la comarca. La memoria de tan triste hecho no obtendría cierta
reparación hasta el 27 de marzo de…1993, cuando se instaló una placa
conmemorativa en los jardines de la iglesia de Ardrossan.
Otra más, mirando al mar, se instalaría en 1996.
Y
aquí terminaría el post…si no fuera por una operación militar, de gran
envergadura, con el código de Husky, que
estaba en marcha.
Para
la primavera de 1943, una vez expulsadas las fuerzas italo – germanas del Norte de África, a nadie
se le escapaba que el sur de Europa iba a ser objeto de una operación de gran
envergadura por parte de los aliados. Pero ¿dónde? ¿irían al Sur de Francia, Sicilia como objetivo más creíble, el sur de
Italia acaso? ¿o se lanzarían a los
Balcanes, para aliviar la presión que los rusos estaban sufriendo en el este, y
provocar así la entrada de Turquía en la guerra? La inteligencia y el espionaje
alemanes estaban trabajando contra reloj, intentando hallar una pista fiable, o
esperando un golpe de suerte, golpe de suerte, que sin saberlo, se lo estaban
“fabricando”…
El
MI5, a través de uno de los grupos de la historia del espionaje más famosos y
eficaces, “el comité de los veinte”, harían llegar, por vía
indirecta documentos de alto secreto que detallaban el asalto anfibio aliado a
la isla de Córcega, con vistas a ataques posteriores al sur de Francia y a los Balcanes. Lógicamente, no podían lanzarlo
sobre territorio enemigo o dejarlos muy a mano de un espía…tenía que ser muy
creíble, y la mejor manera, que estuviesen en manos de un cadáver… y había un
antecedente que les había quitado el sueño, y mucho a los aliados. En
Septiembre de 1942, un PBY Catalina de la RAF se estrelló cerca de Gibraltar.
Uno de sus pasajeros, el teniente de navío James Hadden Turner
falleció, y su cadáver fue arrastrado hasta Tarifa…con una carta del general Mark Clark al gobernador de Gibraltar, con
detalles importantísimos sobre los agentes aliados en el Norte de África, y las
fechas y lugares exactos de la operación Torch.
El cuerpo, y los documentos, al parecer la carta sin abrir, fueron devueltos a
los británicos, pero el susto no se pasó hasta el completo éxito de Torch. Pero dio una gran idea al comité.
Así
empezó el germen de la operación “Mincemeat”
(carne picada). Se construyó desde cero, una identidad falsa. El mayor William Martin de los Royal Marines, y crearon además
su personalidad, como buen oficial pero algo descuidado. Alguna factura sin
pagar, tarjeta de identidad duplicada, entradas del teatro, cartas de
amor de una novia, y hasta una carta del Lloyd’s
que le advertía de un descubierto en su cuenta. Una cartera con una cadena
atada a su muñeca redondearía el engaño. Y por supuesto, hacía falta un cadáver
creíble.
Para
ello contaron con la inestimable ayuda de uno de los mejores patólogos forenses
de Gran Bretaña, el doctor Sir Bernard Spilbury; el cual, según la historia oficial,
eligió el cadáver de un pastor galés que había fallecido de “neumonía” por
ingestión accidental de raticida. Esa neumonía simularía una permanencia de
largo tiempo en el agua, para confundir a cualquier examen forense. Si éste fue
el cadáver que eligió el reputado patólogo, pues francamente, yo no lo
emplearía ni para limpiar una sala de autopsias…
Para
hacer más creíble el asunto, se había decidido que el cadáver no debía llegar a
costas controladas por alemanes o italianos. Así que la opción más factible era
repetir el incidente de Gibraltar. Un anónimo cadáver, procedente de uno de los
múltiples accidentes aéreos de una región en guerra total, que es arrastrado
después de tiempo en la mar a costa de un país neutral, con fuertes lazos con
la inteligencia del enemigo. Creas una identidad de la nada, estableces un buen
plan, y el ingrediente fundamental del mismo, el cadáver, lo eliges
así…procedente de un envenenamiento y lo tiras al agua. Y esperas que cuele…es
increíble, cómo los historiadores se tragan a paladas las versiones oficiales,
lo vimos con Martin Caidin, y ahora lo vemos con Mincemeat.
He
leído en gran número de textos que la medicina forense española de la época era
mala e ineficaz. Falso. En España, desde 1865, existía el Cuerpo Nacional de
Médicos Forenses, con representantes del mismo en todas las provincias. Además,
desde 1886 existía el laboratorio central de medicina legal en Madrid, que con
los años se crearían además los de Barcelona y Sevilla. En 1911, fueron
agrupados en el Instituto de Análisis químico toxicológico, para en 1935,
crearse el Instituto Nacional de Toxicología, con delegaciones en Madrid,
Barcelona y Sevilla. Distribución, que unida a la creación de la subdelegación
de Sevilla en las Canarias, se mantiene hasta la actualidad. Es decir, que en
1943 había médicos especializados en medicina forense en España, y además, un
laboratorio forense bien especializado relativamente cerca, en Sevilla.
¿Y
cómo se diagnostica un ahogamiento en medicina forense? Pues mediante una
técnica de autopsia que recoge tanto observación directa como recogida
exhaustiva y análisis especializado de dichas muestras. Y en esa autopsia se
tarda bien unas 2 horas y media a tres horas. Un buen peñazo, vamos.
Lo
primero es observar la presencia de lesiones que puedan haber contribuido al
ahogamiento, como fracturas, quemaduras, heridas diversas, que hubiesen minado
la resistencia en el agua del fallecido, y distinguirlas con las que se
producen postmortem al ser golpeado
contra rocas, arrastrado por arena, etc. Conjuntamente, observar los fenómenos
cadavéricos, la permanencia del cadáver en el agua, y cualquier hecho que pueda
perturbar su evolución.
Respecto
al examen de las muestras, se realiza para comprobar tanto la permanencia del
cadáver en el agua como la existencia de signos de vitalidad en la sumersión del mismo. Sin entrar a valorar
marcadores como el de los niveles de estroncio en sangre intracardiaca, el más sencillo de realizar es
la determinación de diatomeas en órganos abiertos y en órganos cerrados a la
entrada del agua en el organismo.
Las
diatomeas son pequeñas algas microscópicas con caparazón silíceo presentes en todo
tipo de agua, incluso en la del grifo. Tienen la capacidad de entrar, en vida,
en el torrente circulatorio, y acumularse en ciertos órganos. Lo que se
examina, precisamente es ese caparazón silíceo que presenta una especial
luminosidad a la luz UV. Y lo mejor de todo: es muy específica la forma del
caparazón en cada tipo de agua. Y sólo se precisa una muestra del agua donde
fue hallado el cadáver para comparar. Si el cadáver resultaba ser algo
sospechoso, y se hacía la toma de muestras, un simple examen de diatomeas daría
al traste con toda lo operación.
Pero
como decíamos, el muestreo debe ser exhaustivo, y es pesado de realizar. Se
tienen que abrir las tres cavidades principales: craneal, y toraco – abdominal. Tórax y abdomen, ya sea
mediante técnica de Mata o de Virchow es
más sencillo, pero la craneal es más complicada y pesada. Debe serrarse la
calota craneal, y en aquellos tiempos no se usaba apenas la sierra de Stryker, que permite hacerlo en menos de cinco
minutos. Se usaba una simple sierra de arco, que siendo aún experto, hacía que
se tardase unos buenos 20 – 25 minutos (o a veces más, dependiendo del grosor
de la calota craneal) en la apertura. Y al terminar, el brazo queda como de
gelatina y doliendo lo suyo.
De
muestras, como se ha dicho, se recogen, para comparativa órganos abiertos y
cerrados a la entrada de agua en el organismo. De los abiertos, el más
sencillo, es el tejido pulmonar, con la ventaja añadida que se puede además
realizar un examen histopatológico de las lesiones propias de una sumersión. Lesiones microscópicas, muy
diferentes a las de la acción de un tóxico. De los cerrados, el muestreo debe
ser bien complejo: se recomienda mandar hígado, sangre (también otra muestra
para análisis toxicológicos), bazo; así como duramadre cerebral, cerebelo y
plexos coroideos. Y a esto, añadirle un fémur, o más sencillo, el esternón para
estudio de diatomeas en médula ósea.
Si
este muestreo se hacía, el plan estaba chafado. Ya fuese porque al forense
español le llamase algo la atención, no le cuadrase alguna lesión, o
simplemente porque los alemanes, ante la más mínima discrepancia que se viera
en un examen externo del cadáver decidiesen hacer una exhumación del cuerpo y
realizar ellos el muestro. Pues hay además un problema extra: muchas de estas
muestras son aptas para un correcto análisis aún en putrefacción del cuerpo.
Utilizar
un cadáver proveniente del envenenamiento con un raticida de la época, es la
mejor forma de hacer fracasar la operación. La inmensa mayoría de los venenos
de ámbito agrícola usados en la Gran Bretaña de la época, o bien eran
alcaloides estilo la estricnina, o tóxicos metálicos como el arsénico o el
Talio. Ninguno de ellos deja como lesión única un simple edema de pulmón, que
además no es una lesión sino un signo lesional,
concepto bien diferente en patología forense. Las marcas, señales, alteraciones
y signos patológicos externos e internos son múltiples, visibles, llamativos, y
más resistentes de lo que parece a la acción de la sumersión del cadáver y su putrefacción. Y
contando con que una intoxicación accidental aguda letal es con grandes
cantidades del tóxico, está bien claro que hasta el más lerdo en medicina
forense se hubiese dado cuenta que aquel cadáver no era lo que parecía.
La
representación debía ser perfecta. Debía aparentar sin fisuras que era un
oficial aliado ahogado en un accidente de aviación, cuyo cuerpo había sido
arrastrado a la playa por acción de las corrientes y las mareas. Uno de tantísimos que el forense de la zona veía a lo
largo de los meses. Un cadáver más, una víctima de la guerra más. Alguien que
podrías datar y certificar la causa de la muerte con un simple reconocimiento
externo, pues no te generaba ninguna sospecha especial. No se precisaba algo
parecido a un ahogamiento, se precisaba un ahogado de verdad.
Y
volvemos aquí al HMS Dasher. Noreen
Steele y John Steele apuntan en su libro The american
connection to the sinking of
HMS Dasher una posibilidad mucho más
fiable, y certera a mi juicio. El MI5 disponía no de uno, sino bastantes
cadáveres ahogados procedentes de su hundimiento, ahogados en la mar, y con
lesiones típicas del medio acuoso e incluso de caída brusca desde cierta altura
(no olvidemos que la cubierta del HMS Dasher estaba a sus buenos metros de la
superficie del mar). Además, era el cuerpo de un marino, que tras ser
identificado podían usarse sus datos y sus fotografías previas para la creación
de la identidad del mayor Martin. Era un
candidato ideal…
El
resto, ya es de sobra conocido. El cuerpo, fue cuidadosamente guardado en un
contenedor con hielo, y embarcado en el submarino HMS Seraph que se hizo a la mar el 19 de abril de
1943 (un gran habitual de las misiones clandestinas), y lanzado su cuerpo al
mar una milla al sur de Huelva. Poco después, fue encontrado por un pescador de
Puerta Umbría, todavía con su cartera atada por cadena a la muñeca.
La
autopsia fue realizada por el Dr. D. Enrique del Torno. Era uno más de los
muchos cadáveres de militares que llegaban a las costas onubenses, y su aspecto
no le llamó la atención. Determinó la ausencia de lesiones de entidad (que es
muy diferente de lo que se lee que no había lesiones externas) susceptibles de
influir en el mecanismo fisiopatológico
que causó la muerte, y dató el cadáver como fallecido unos cinco días atrás. La
profunda estupidez que se lee que “no realizó una autopsia completa al creer
que el mayor Martin era católico, porque
llevaba al cuello una cadena con una cruz de plata” no tiene sentido. La
autopsia se realizaba si el médico forense lo estima necesario o no, punto. Y
si con un reconocimiento externo podía ahorrarse todo el trabajo antes
descrito, en un cadáver más, de los muchísimos similares que llegaban esos años
a las costas de Huelva, mejor que mejor. Pero está bien claro, que el del
muerto por envenenamiento hubiese atraído inmediatamente sus sospechas, y más
aún, en una época donde ese tipo de muertes tanto en medio rural como urbano
eran bien habituales.
Los
alemanes picaron el anzuelo. Abrieron los documentos como regalo caído del
cielo, y reforzaron Córcega y Cerdeña, con traslado secundario de tropas a
Grecia. Y dado como fueron las primeras 48 horas de la operación Husky, es obligado decir que la operación Mincemeat salvó a los aliados de varios
desastres en algunas cabezas de playa.
Por
cierto, si estáis por Huelva, todavía se puede ver en su cementerio municipal
la tumba del Mayor William Martin, de
los Royal Marines, el “hombre que nunca existió”.
Estimados Sr: El pasado 28 de Abril, presentamos en la Feria del Libro de Huelva, un nuevo libro sobre la Operación Mincemeat (El hombre que nunca existió): "El Misterio de William Martin - Desentrañando la trama". Una obra que después de más de dos años de investigación ofrece importantes novedades sobre el engaño urdido por los aliados durante la Segunda Guerra Mudial, y que tuvo lugar en Huelva. Adjuntamos noticia publicada en el diario digital Huelva24, que incluye book-trailer de la publicación, elaborado por los autores. http://huelva24.com/not/54631/william_martin__el_cuerpo_que_robo_alemania__el_secreto_que_inglaterra_guarda/ William Martin: El cuerpo que robó Alemania, el secreto que Inglaterra guarda — Huelva24 huelva24.com William Martin: El cuerpo que robó Alemania, el secreto que Inglaterra guarda — Huelva24 huelva24.com
ResponderEliminarWilliam Martin: El cuerpo que robó Alemania, el secreto que Inglaterra guarda — Huelva24
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