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lunes, 5 de agosto de 2013

LAS GUERRAS SIOUX 6: Un desconocido río de Montana (Parte 1)



George Armstrong Custer y el río Little BigHorn, son dos entidades ya totalmente indivisibles en la historia militar, pero lo mismo ocurre con el gran número de mitos que circulan tanto sobre la batalla como acerca del mítico militar norteamericano. Pocas veces un personaje y su batalla emblemática han desencadenado tantos errores, versiones y opiniones encontradas.

De entrada, el personaje del teniente coronel Custer ha sido objeto de los más enconados debates. Último de su clase en West Point (recibiendo el título de “cabra” o “chivo” de la promoción), al igual que otros grandes generales americanos que estaban en los últimos puestos, como Pickett, Jefferson Davis, o James Longstreet, y sin olvidar los que estaban de la mitad hacia abajo como Patton, Einshenhower o el propio Ulisses Grant (que era llamado antes y después con el cruel mote de “UselessGrant). Se le ha acusado de impetuosidad, ser un carnicero, un tirano con sus hombres, no tener sentido táctico, así como de estar más preocupado de su imagen personal y de su popularidad, con vistas a una posible carrera política.

El cadete George A. Custer.

La carga de Pickett en la batalla de Gettysburg.
Custer tuvo que enfrentarse a muchos desafíos durante su vida militar, y la gran mayoría, los cumplió con acierto. En primer lugar, tener que enfrentarse a la magnífica caballería confederada con las mediocres unidades de la Unión. Desde Hannover en Pennsilvania en 1863, hasta Yellow Tavern en Virginia, en 1864; su comportamiento en el campo de batalla, y el de sus hombres sometidos a una rígida pero muy necesaria disciplina, no paró de mejorar. Después, durante las guerras indias, tuvo que enfrentarse a enemigos muy hábiles y aguerridos, con unos soldados habitualmente mal pagados, mal abastecidos, en destinos detestados, y con un grave peligro siempre. Combatiendo habitualmente con mal tiempo, y casi siempre en inferioridad numérica, tuvo que ser aún más draconiano, pues la propia naturaleza de sus raids de caballería así lo exigía.

Custer era muy cuidadoso con la imagen. Se dice que fue más fotografiado que Lincoln...


Sin ser uno de los grandes militares de su era, tampoco era el loco o el incompetente que muchas películas de Hollywood han retratado. Y realmente, en la campaña de verano de 1876, quizás fue el único mando que pese a la derrota, estuvo a la altura de las circunstancias, y se comportó, pese a sus errores, de forma audaz y agresiva.

Ya hemos visto que, de entrada, la estrategia de dicha campaña era nefasta, y lo empeoraba la presencia de ciertos mandos que no tenían experiencia alguna en la lucha en la frontera, como su propio mando, el General Alfred Terry. Pero además, Custer tenía otro problema grave, y éste tenía que ver con un subordinado suyo: el capitán Alfred W. Benteen, acerca de un suceso ocurrido ocho años antes, a las orillas del río Washita.

El capitán Alfred Benteen. Su comportamiento en la batalla daría origen a múltiples discusiones.

El 26 de noviembre de 1868, en plena guerra contra los Cheyennes, Custer asaltó el campamento invernal del jefe Caldero Negro (siempre me ha parecido que quedaba mejor su nombre en inglés, Black Kettle), en lo que sería conocido como la batalla de Washita (aunque para los Cheyennes, y dadas las tácticas que ya empleaba la caballería de los EEUU contra ellos, sería más bien la masacre de Washita). La batalla fue un gran éxito, y contribuyó en gran medida a la derrota de dichas tribus indias.

Lo que debería haber sido una gran victoria, se convirtió rápidamente en un quebradero de cabeza. Muchos periódicos del este acusaron a Custer y a su superior, Sheridan, de haber masacrado a indios pacíficos que iban a la reserva, y de haber capturado y asesinado sin razón a mujeres, ancianos y niños indefensos. Fue en ese momento, en el que la leyenda negra comenzó a acompañar, y nunca abandonar a George Amstrong Custer. Pero además, ocurrió otro incidente más peliagudo…

Grabado de la época de la batalla de Washita.

Un deficiente reconocimiento no permitió descubrir que dicho campamento no era el único de la región, y pronto la columna de Custer, tras su victorioso ataque, se vio asediada por un fuerte contingente indio, lo que obligó a una rápida retirada del lugar. Un subordinado de Custer, el mayor Joel Elliot, al mando de un destacamento, y sin órdenes específicas, se separó del grupo principal, siendo rápidamente cercado y masacrado por los vengativos Cheyennes. Su destino fue conocido días más tarde, y Benteen, amigo personal de Elliot reprochó siempre a Custer haberlo abandonado a su suerte; y lo peor de todo, con los años incrementó su odio, y además no se cortaba en absoluto en sacar, siempre que podía, el tema, incluso en presencia de su superior.

El mayor Joel Elliot.

Personalmente, nunca he entendido la postura de Benteen. No era un novato, y había participado en varios raids en territorio confederado durante la guerra. Y era, o debía ser plenamente consciente, que en una operación similar, ante una persecución por fuerzas muy superiores, los incursores deben romper contacto lo antes posible, y el que quede atrás, se las tiene que apañar él solito. Volver atrás, o intentar buscar un destacamento perdido, simplemente, es sellar un destino fatídico para tus fuerzas. Tampoco he entendido bien la postura de Custer. Debería haber trasladado a Benteen de forma fulminante, sin embargo, tendría otros problemas más, y además, según allegados, siempre se sintió apenado y responsable por el trágico destino de Elliot y sus hombres. Pese a las críticas de su subordinado, siempre lo consideró como un soldado experto y bien capaz.

Antes de la campaña, Custer había sido desposeído de su mando debido a un escándalo político de grandes proporciones: el affaire Belknap. En 1870, el secretario de la guerra William W. Belknap logró que el Congreso y el Senado le otorgasen la potestad de las concesiones de puestos de comercio en los fuertes del ejército. Dichos puestos eran muy jugosos, y daban sus buenos beneficios. Pronto, el sistema comenzó a corromperse, y al parecer, el secretario, comenzó a aceptar sobornos para concederlos. Uno, en especial, el de Fort Still en Lawton, Oklahoma, fue concedido a través de un soborno pagado a su segunda mujer, Carita. Poco después murió de tuberculosis al poco de dar a luz, y el soborno se siguió pagando como forma de “mantener a su hijo “huérfano”. El niño murió poco después, y Belknap y su tercera mujer, Amanda (hermana de Carita…¡si es que uno encuentra folletines familiares hasta en la historia militar!), siguieron cobrando la “ayuda”.

El secretario de la Guerra, William W. Belknap.

El escándalo se descubrió por los artículos que un anónimo mando de caballería enviaba regularmente a los periódicos del este, denunciando que a los indios se les vendían armas más avanzadas de lo deseable, y que los soldados debían comprar allí, material de peor calidad y a precios exorbitantes. Siempre se sospechó de Custer como el autor de los escritos, y al ser llamado a declarar en la comisión especial del Senado, en los sobornos, además, incluyó a Orvill Grant, hermano del presidente. Ulises S. Grant. Magnífico general durante la Guerra de Secesión, fue un mal presidente en sus dos mandatos, principalmente al manejar muy mal la economía, y al fiarse y defender demasiado a muchos personajes, familiares incluidos, que se enriquecieron ilícitamente de forma notoria. No es necesario aclarar, que Grant no se lo perdonó a Custer y le privó del mando. Si volvió a comandar el 7º de caballería fue debido a la intercesión de los generales Terry y Sherman.

Ulisses S. Grant como presidente de los Estados Unidos. Sus dos mandatos se vieron ensombrecidos por el fracaso de sus políticas económicas y los numerosos escándalos de corrupción de sus gabinetes.

Con respecto al tema del armamento y material, los mitos son aún mayores. Veamos los más notorios.

El mito de las ametralladoras Gatling es uno de los mejores ejemplos. Siempre se ha dicho que de haberlas llevado, Custer hubiese derrotado con facilidad a los Sioux. Pero veamos con cuidado el material. La ColtGatling modelo 1875 del calibre 45-70 Goverment distaba mucho de ser un modelo fiable y transportable como los inventados por Hiram Maxim años después. Se alimentaba con un cargador vertical que funcionaba por gravedad, pero que provocaba interrupciones múltiples. Además, la extracción tendía a desculotar los deficientes cartuchos de la época, los percutores se rompían, y los cañones se calentaban con gran rapidez.

Colt Browning 1875. Pesada, poco robusta y escasamente fiable, no era el buen arma que sería años más tarde. Este magnífico ejemplar pertenece al museo de Artillería Fields of Thunder.

Cuando tiras con réplicas de armas de la época, adviertes otra limitación, y es la pólvora negra que todavía contenían los cartuchos de dichos años. Tras una buena sesión de tiro el arma queda bien sucia y con numerosos residuos. Unos mecanismos relativamente simples como los de un Colt Single Action Army, un Winchester o un Springfield, resisten bastante bien ese nivel de suciedad, algo que no ocurre con los delicados mecanismos de una ametralladora, aunque sea de accionamiento manual. De hecho, las Gatling no comenzaron a funcionar bien hasta el advenimiento de pólvoras modernas, que dejaban mucho menos residuo y hacían más fiable el arma. Así pues, las Colt Gatling mod 1875 solían dejarse en las guarniciones y en los fuertes, y de hecho, causó bastante sorpresa que Terry decidiese llevar tres de estas piezas en su columna.

En esos años, no se encuentra tampoco ningún relato en los que el uso de dicha arma en las guerras indias supusiese alguna diferencia o éxito de ningún tipo, por lo que es lógico pensar que fue acertada la decisión de Custer de no llevar ninguna.

Otra posibilidad que se apunta es la de haber llevado en su columna uno o dos cañones de montaña. Los de la época eran todavía de avancarga, y aunque ligeros y resistentes, chocaba su uso con una doctrina táctica imperante, que se remontaba a la guerra de Secesión. El General confederado Joseph Selby era famoso por llevar una o dos piezas de artillería de montaña en sus famosos y exitosos raids, pero era debido a que encontraba muchos pequeños destacamentos de la Unión atrincherados en resistentes blocaos, imposibles de someter sin artillería. Y casi era del único general de caballería de ambos mandos que en sus incursiones las llevaba, pues se estimaba que ralentizaban en exceso los movimientos en territorio enemigo. Los Sioux, tampoco eran muy conocidos por llenar de fortificaciones las Grandes Praderas, y además, el terreno del Rosebud y del Little Bighorn, es muy escabroso, y transportarlas por él (como comprobaría el propio Terry) era una tortura. Eran muy útiles en columnas de infantería, pero un estorbo para la caballería ligera.

Recreadores modernos con uno de los cañones de montaña de la época. La magnífica fotografía está tomada del blog de Cristopher Zimmerman, dedicado al periodo. Está contenido en la página de True West, cuya dirección es Truewest.nig.com.

 Sí que hubiera causado honda impresión de haber contado con una pieza que entraría en servicio en 1884: el cañón de montaña Hotchkiss de 2 libras. Era muy ligero, pero a la vez resistente, de tiro rápido, y retrocarga con vaina metálica de una pieza. Servido por un equipo de tres hombres, en una emergencia, podía colocarlo en posición y manejarlo uno solo, y al disponer de un primitivo sistema de amortiguación del retroceso, no era necesario volver a colocarlo tras cada disparo. Los indios no tenían defensa alguna contra ese soberbio cañón, y su aparición supuso su derrota definitiva.


Cañón Hotchkiss de 2 libras, y 1,65 pulgadas de calibre. Colección, también, del museo Fields of Thunder.

Otro de los grandes mitos, que una simple investigación histórica desmiente, es la superioridad armamentística de los indios, en especial de rifles de repetición Winchester (y otros similares, como los Whitney Kennedy) tenían sobre las tropas del ejército. Fue un bulo que tras la derrota cundió entre muchos periódicos, y que servía para atacar con fuerza a ciertos miembros de la administración Grant (entre ellos el ya mencionado Belknap) por la polémica ya mencionada de los puestos de comercio en los fuertes.

De hecho no eran, a largo plazo, buenas armas para los indios. No tenían la tecnología precisa para reparar muchas de sus piezas, más frágiles que los duros rifles de pedernal que solían usar, y además, la munición, no podían fabricarla ellos mismos. Y entonces, como ahora, el precio de los cartuchos metálicos era bien caro. De hecho, muchos indios, de poder elegir, preferían las carabinas o los rifles monotiro Springfield del ejército, al ser más resistentes y fiables.

Foto clásica de dos Sioux con sendos Winchesters. El fotógrafo S.J. Morrow recorrió todo el oeste tomando fotografías de todos los temas. Muchas de las fotos de los libros que tratan de la época son de sus cámaras...

Actualmente, las estimaciones más optimistas de indios armados con rifles de repetición estilo Winchester o Henry, en la batalla de Little Bighorn, no pasan de un 30%, teniendo mayor consenso cifras menores del 20%. El resto, seguían usando viejas armas de avancarga, y en especial Trade Musketts, de chispa; que eran más resistentes, más sencillos de reparar y más fácil obtener el pedernal, la pólvora a granel y el plomo precisos para dispararlos. Además, se calcula, que no llegaban a un 60% los indios armados con armas de fuego, llevando el resto armas más tradicionales como arcos y flechas o lanzas.

Otro gran mito tiene que ver con la pésima calidad de varias partidas del cartucho usado en las carabinas, el .45 – 70. Varios fabricantes, para abaratar costes de producción de las vainas (el componente más complicado de fabricar de un cartucho metálico) decidieron hacerlos en dos partes. El cuerpo de la vaina se hacía del correspondiente latón militar, pero el culote era de una barata aleación de cobre, que se unían mediante calor. Cuando se hacía fuego muy prolongado con un Springfield, el calor de la recámara debilitaba la unión, lo que provocaba que la potente extracción del sistema trapdoor, desculotase la vaina, dejando gran parte en recámara e inutilizando así el rifle. En el US Army se sabía de se defecto, y a tal fin, a las columnas solían acompañar mulas cargadas con rifles nuevos, de tal forma que al soldado se le pasaba uno de estos, mientras que personal de segunda fila se dedicaba, con sus cuchillos, a extraer esas vainas de las recámaras, y volver a poner, nuevamente en funcionamiento, esas armas.


Se ha dicho que las tropas de Custer sufrieron de dichos fallos, y que debido a ello, tuvieron que luchar sólo con sus revólveres, de menor alcance y potencia, lo que favoreció su derrota. Sin embargo, el desarrollo de la batalla, y el relato de los indios que allí lucharon, permite descartar este defecto como decisivo en la derrota sufrida.

Y una curiosidad que no me resisto a contar: el 7º de caballería ya no usaba sables en aquella época. Muchos de los soldados eran antiguos miembros de la caballería confederada, que ya en 1863, consideraba como inútil dicha arma, prefiriendo llevar todos los revólveres, precargados, que pudiesen portar; realizando así las cargas con los mismos, y confiando en la masiva potencia de fuego que desarrollaban a corta distancia en un escaso periodo de tiempo. Dicha táctica demostró ser muy útil, y muy superior al uso del sable, por lo que no es de extrañar que se adoptase en masa.

Recreadores modernos reconstruyendo una carga de caballería confederada del final de la guerra.

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