George Armstrong
Custer y el río Little BigHorn,
son dos entidades ya totalmente indivisibles en la historia militar, pero lo
mismo ocurre con el gran número de mitos que circulan tanto sobre la batalla
como acerca del mítico militar norteamericano. Pocas veces un personaje y su
batalla emblemática han desencadenado tantos errores, versiones y opiniones
encontradas.
De
entrada, el personaje del teniente coronel Custer
ha sido objeto de los más enconados debates. Último de su clase en West Point
(recibiendo el título de “cabra” o “chivo” de la promoción), al igual que otros
grandes generales americanos que estaban en los últimos puestos, como Pickett, Jefferson
Davis, o James Longstreet, y sin olvidar los que estaban de
la mitad hacia abajo como Patton, Einshenhower o el propio Ulisses Grant
(que era llamado antes y después con el cruel mote de “Useless” Grant).
Se le ha acusado de impetuosidad, ser un carnicero, un tirano con sus hombres,
no tener sentido táctico, así como de estar más preocupado de su imagen
personal y de su popularidad, con vistas a una posible carrera política.
El cadete George A. Custer. |
La carga de Pickett en la batalla de Gettysburg. |
Custer tuvo que enfrentarse a muchos desafíos
durante su vida militar, y la gran mayoría, los cumplió con acierto. En primer
lugar, tener que enfrentarse a la magnífica caballería confederada con las
mediocres unidades de la Unión. Desde Hannover
en Pennsilvania en 1863, hasta Yellow Tavern
en Virginia, en 1864; su comportamiento en el campo de batalla, y el de sus
hombres sometidos a una rígida pero muy necesaria disciplina, no paró de
mejorar. Después, durante las guerras indias, tuvo que enfrentarse a enemigos
muy hábiles y aguerridos, con unos soldados habitualmente mal pagados, mal
abastecidos, en destinos detestados, y con un grave peligro siempre.
Combatiendo habitualmente con mal tiempo, y casi siempre en inferioridad
numérica, tuvo que ser aún más draconiano, pues la propia naturaleza de sus raids de caballería así lo exigía.
Custer era muy cuidadoso con la imagen. Se dice que fue más fotografiado que Lincoln... |
Sin
ser uno de los grandes militares de su era, tampoco era el loco o el
incompetente que muchas películas de Hollywood
han retratado. Y realmente, en la campaña de verano de 1876, quizás fue el
único mando que pese a la derrota, estuvo a la altura de las circunstancias, y
se comportó, pese a sus errores, de forma audaz y agresiva.
Ya
hemos visto que, de entrada, la estrategia de dicha campaña era nefasta, y lo
empeoraba la presencia de ciertos mandos que no tenían experiencia alguna en la
lucha en la frontera, como su propio mando, el General Alfred Terry. Pero además, Custer tenía otro problema grave, y éste tenía
que ver con un subordinado suyo: el capitán Alfred
W. Benteen, acerca de un suceso ocurrido
ocho años antes, a las orillas del río Washita.
El capitán Alfred Benteen. Su comportamiento en la batalla daría origen a múltiples discusiones. |
El
26 de noviembre de 1868, en plena guerra contra los Cheyennes, Custer
asaltó el campamento invernal del jefe Caldero Negro (siempre me ha
parecido que quedaba mejor su nombre en inglés, Black Kettle), en lo que sería conocido como la
batalla de Washita (aunque para los Cheyennes, y dadas las tácticas que ya
empleaba la caballería de los EEUU contra ellos, sería más bien la masacre de Washita). La batalla fue un gran éxito, y
contribuyó en gran medida a la derrota de dichas tribus indias.
Lo
que debería haber sido una gran victoria, se convirtió rápidamente en un
quebradero de cabeza. Muchos periódicos del este acusaron a Custer y a su superior, Sheridan, de haber masacrado a indios
pacíficos que iban a la reserva, y de haber capturado y asesinado sin razón a
mujeres, ancianos y niños indefensos. Fue en ese momento, en el que la leyenda
negra comenzó a acompañar, y nunca abandonar a George
Amstrong Custer. Pero además, ocurrió otro incidente
más peliagudo…
Grabado de la época de la batalla de Washita. |
Un
deficiente reconocimiento no permitió descubrir que dicho campamento no era el
único de la región, y pronto la columna de Custer,
tras su victorioso ataque, se vio asediada por un fuerte contingente
indio, lo que obligó a una rápida retirada del lugar. Un subordinado de Custer, el mayor Joel Elliot, al mando de un destacamento, y sin
órdenes específicas, se separó del grupo principal, siendo rápidamente cercado
y masacrado por los vengativos Cheyennes.
Su destino fue conocido días más tarde, y Benteen,
amigo personal de Elliot reprochó
siempre a Custer haberlo abandonado a su
suerte; y lo peor de todo, con los años incrementó su odio, y además no se
cortaba en absoluto en sacar, siempre que podía, el tema, incluso en presencia
de su superior.
El mayor Joel Elliot. |
Personalmente,
nunca he entendido la postura de Benteen.
No era un novato, y había participado en varios raids en territorio confederado durante la
guerra. Y era, o debía ser plenamente consciente, que en una operación similar,
ante una persecución por fuerzas muy superiores, los incursores deben romper contacto lo antes
posible, y el que quede atrás, se las tiene que apañar él solito. Volver atrás,
o intentar buscar un destacamento perdido, simplemente, es sellar un destino
fatídico para tus fuerzas. Tampoco he entendido bien la postura de Custer. Debería haber trasladado a Benteen de forma fulminante, sin embargo,
tendría otros problemas más, y además, según allegados, siempre se sintió
apenado y responsable por el trágico destino de Elliot y sus hombres. Pese a las críticas de
su subordinado, siempre lo consideró como un soldado experto y bien capaz.
Antes
de la campaña, Custer había sido
desposeído de su mando debido a un escándalo político de grandes proporciones:
el affaire Belknap. En 1870, el
secretario de la guerra William W. Belknap
logró que el Congreso y el Senado le otorgasen la potestad de las concesiones
de puestos de comercio en los fuertes del ejército. Dichos puestos eran muy
jugosos, y daban sus buenos beneficios. Pronto, el sistema comenzó a
corromperse, y al parecer, el secretario, comenzó a aceptar sobornos para
concederlos. Uno, en especial, el de Fort
Still en Lawton, Oklahoma, fue concedido a través de un
soborno pagado a su segunda mujer, Carita. Poco después murió de tuberculosis
al poco de dar a luz, y el soborno se siguió pagando como forma de “mantener a
su hijo “huérfano”. El niño murió poco después, y Belknap y su tercera mujer, Amanda (hermana de
Carita…¡si es que uno encuentra
folletines familiares hasta en la historia militar!), siguieron cobrando la
“ayuda”.
El secretario de la Guerra, William W. Belknap. |
El
escándalo se descubrió por los artículos que un anónimo mando de caballería
enviaba regularmente a los periódicos del este, denunciando que a los indios se
les vendían armas más avanzadas de lo deseable, y que los soldados debían
comprar allí, material de peor calidad y a precios exorbitantes. Siempre se
sospechó de Custer como el autor de los
escritos, y al ser llamado a declarar en la comisión especial del Senado, en
los sobornos, además, incluyó a Orvill Grant, hermano del presidente. Ulises S. Grant. Magnífico general durante la Guerra de
Secesión, fue un mal presidente en sus dos mandatos, principalmente al manejar muy
mal la economía, y al fiarse y defender demasiado a muchos personajes,
familiares incluidos, que se enriquecieron ilícitamente de forma notoria. No es
necesario aclarar, que Grant no se lo
perdonó a Custer y le privó del mando.
Si volvió a comandar el 7º de caballería fue debido a la intercesión de los
generales Terry y Sherman.
Ulisses S. Grant como presidente de los Estados Unidos. Sus dos mandatos se vieron ensombrecidos por el fracaso de sus políticas económicas y los numerosos escándalos de corrupción de sus gabinetes. |
Con
respecto al tema del armamento y material, los mitos son aún mayores. Veamos
los más notorios.
El
mito de las ametralladoras Gatling es uno de
los mejores ejemplos. Siempre se ha dicho que de haberlas llevado, Custer hubiese derrotado con facilidad a los Sioux. Pero veamos con cuidado el material. La
Colt – Gatling
modelo 1875 del calibre 45-70 Goverment
distaba mucho de ser un modelo fiable y transportable como los inventados por Hiram Maxim
años después. Se alimentaba con un cargador vertical que funcionaba por
gravedad, pero que provocaba interrupciones múltiples. Además, la extracción
tendía a desculotar los deficientes
cartuchos de la época, los percutores se rompían, y los cañones se calentaban
con gran rapidez.
Colt Browning 1875. Pesada, poco robusta y escasamente fiable, no era el buen arma que sería años más tarde. Este magnífico ejemplar pertenece al museo de Artillería Fields of Thunder. |
Cuando
tiras con réplicas de armas de la época, adviertes otra limitación, y es la
pólvora negra que todavía contenían los cartuchos de dichos años. Tras una
buena sesión de tiro el arma queda bien sucia y con numerosos residuos. Unos
mecanismos relativamente simples como los de un Colt Single Action
Army, un Winchester o un Springfield, resisten bastante bien ese nivel
de suciedad, algo que no ocurre con los delicados mecanismos de una
ametralladora, aunque sea de accionamiento manual. De hecho, las Gatling no comenzaron a funcionar bien hasta
el advenimiento de pólvoras modernas, que dejaban mucho menos residuo y hacían
más fiable el arma. Así pues, las Colt Gatling mod
1875 solían dejarse en las guarniciones y en los fuertes, y de hecho, causó
bastante sorpresa que Terry decidiese llevar tres de estas piezas en su
columna.
En
esos años, no se encuentra tampoco ningún relato en los que el uso de dicha
arma en las guerras indias supusiese alguna diferencia o éxito de ningún tipo, por
lo que es lógico pensar que fue acertada la decisión de Custer de no llevar ninguna.
Otra
posibilidad que se apunta es la de haber llevado en su columna uno o dos
cañones de montaña. Los de la época eran todavía de avancarga, y aunque ligeros y resistentes,
chocaba su uso con una doctrina táctica imperante, que se remontaba a la guerra
de Secesión. El General confederado Joseph Selby
era famoso por llevar una o dos piezas de artillería de montaña en sus famosos
y exitosos raids, pero era debido a que
encontraba muchos pequeños destacamentos de la Unión atrincherados en
resistentes blocaos, imposibles de someter sin artillería. Y casi era del único
general de caballería de ambos mandos que en sus incursiones las llevaba, pues
se estimaba que ralentizaban en exceso los movimientos en territorio enemigo.
Los Sioux, tampoco eran muy conocidos
por llenar de fortificaciones las Grandes Praderas, y además, el terreno del Rosebud y del Little
Bighorn,
es muy escabroso, y transportarlas por él (como comprobaría el propio Terry) era una tortura. Eran muy útiles en
columnas de infantería, pero un estorbo para la caballería ligera.
Sí
que hubiera causado honda impresión de haber contado con una pieza que entraría
en servicio en 1884: el cañón de montaña Hotchkiss
de 2 libras. Era muy ligero, pero a la vez resistente, de tiro rápido, y
retrocarga con vaina metálica de una pieza. Servido por un equipo de tres
hombres, en una emergencia, podía colocarlo en posición y manejarlo uno solo, y
al disponer de un primitivo sistema de amortiguación del retroceso, no era
necesario volver a colocarlo tras cada disparo. Los indios no tenían defensa
alguna contra ese soberbio cañón, y su aparición supuso su derrota definitiva.
Cañón Hotchkiss de 2 libras, y 1,65 pulgadas de calibre. Colección, también, del museo Fields of Thunder. |
Otro
de los grandes mitos, que una simple investigación histórica desmiente, es la
superioridad armamentística de los
indios, en especial de rifles de repetición Winchester (y otros similares, como
los Whitney Kennedy) tenían sobre las
tropas del ejército. Fue un bulo que tras la derrota cundió entre muchos periódicos,
y que servía para atacar con fuerza a ciertos miembros de la administración Grant (entre ellos el ya mencionado Belknap) por la polémica ya mencionada de los
puestos de comercio en los fuertes.
De
hecho no eran, a largo plazo, buenas armas para los indios. No tenían la
tecnología precisa para reparar muchas de sus piezas, más frágiles que los
duros rifles de pedernal que solían usar, y además, la munición, no podían
fabricarla ellos mismos. Y entonces, como ahora, el precio de los cartuchos
metálicos era bien caro. De hecho, muchos indios, de poder elegir, preferían
las carabinas o los rifles monotiro Springfield del ejército, al ser más
resistentes y fiables.
Actualmente,
las estimaciones más optimistas de indios armados con rifles de repetición estilo Winchester o Henry, en la batalla de Little Bighorn, no pasan de un 30%, teniendo mayor
consenso cifras menores del 20%. El resto, seguían usando viejas armas de avancarga, y en especial Trade Musketts, de chispa; que eran más
resistentes, más sencillos de reparar y más fácil obtener el pedernal, la pólvora
a granel y el plomo precisos para dispararlos. Además, se calcula, que no
llegaban a un 60% los indios armados con armas de fuego, llevando el resto
armas más tradicionales como arcos y flechas o lanzas.
Otro
gran mito tiene que ver con la pésima calidad de varias partidas del cartucho
usado en las carabinas, el .45 – 70. Varios fabricantes, para abaratar costes
de producción de las vainas (el componente más complicado de fabricar de un
cartucho metálico) decidieron hacerlos en dos partes. El cuerpo de la vaina se
hacía del correspondiente latón militar, pero el culote era de una barata
aleación de cobre, que se unían mediante calor. Cuando se hacía fuego muy
prolongado con un Springfield, el calor
de la recámara debilitaba la unión, lo que provocaba que la potente extracción
del sistema trapdoor, desculotase la vaina, dejando gran parte en
recámara e inutilizando así el rifle. En el US Army
se sabía de se defecto, y a tal fin, a las columnas solían acompañar mulas
cargadas con rifles nuevos, de tal forma que al soldado se le pasaba uno de
estos, mientras que personal de segunda fila se dedicaba, con sus cuchillos, a
extraer esas vainas de las recámaras, y volver a poner, nuevamente en
funcionamiento, esas armas.
Se
ha dicho que las tropas de Custer sufrieron
de dichos fallos, y que debido a ello, tuvieron que luchar sólo con sus
revólveres, de menor alcance y potencia, lo que favoreció su derrota. Sin
embargo, el desarrollo de la batalla, y el relato de los indios que allí
lucharon, permite descartar este defecto como decisivo en la derrota sufrida.
Y
una curiosidad que no me resisto a contar: el 7º de caballería ya no usaba
sables en aquella época. Muchos de los soldados eran antiguos miembros de la
caballería confederada, que ya en 1863, consideraba como inútil dicha arma,
prefiriendo llevar todos los revólveres, precargados, que pudiesen portar;
realizando así las cargas con los mismos, y confiando en la masiva potencia de
fuego que desarrollaban a corta distancia en un escaso periodo de tiempo. Dicha
táctica demostró ser muy útil, y muy superior al uso del sable, por lo que no
es de extrañar que se adoptase en masa.
Recreadores modernos reconstruyendo una carga de caballería confederada del final de la guerra. |
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