Es
hora de presentar un nuevo enemigo de la nación Sioux.
Y uno de los más peligrosos precisamente por su condición inanimada: el oro.
Número atómico 79, grupo 11, al lado del mercurio y del paladio, blando,
maleable, dúctil…y enormemente valioso. Los Sioux,
con sus limitados conocimientos de orfebrería y metalurgia no entendían como el
hombre blanco podía perder el honor, la decencia, la compostura y la vida por
una piedra de curioso color amarillo. Para su cultura, su valor era muy escaso,
y a fin de cuentas, al Sioux sólo le
importaba cabalgar, cazar el búfalo, ganar gloria en la batalla y fama para su
tribu. Vamos, que querían vivir tranquilos y según los dictados de sus
antepasados; pero no querían ser ricos…je,
je ¡menudos infelices!
En
1862 se encontraron minas de oro en Bannack,
cerca de Grasshopper Creek, en el oeste de Montana, dando lugar a
una nueva fiebre del oro, y de una intensidad similar a la del 1849 en
California. En principio a los Sioux ni
les iba ni les venía, pues no era su territorio, y además, la ruta para llegar
tampoco pasaba por sus terrenos de caza. Y era bien complicada, pues había dos
formas: una por el brazo norte de la senda de Oregón,
la llamada Platte Road, entrando por la zona oeste de Montana, la
otra, subiendo por el río Missouri hasta el norte, entrando por el Noreste.
Ambos eran viajes bien largos, difíciles y sólo aptos para, o los muy valientes
o los muy desesperados.
Y
en esas llego un aventurero llamado John Bozeman. Abogado de profesión, llevaba menos de
dos años en la frontera, buscándose la fortuna, y en cuanto oyó de los nuevos
yacimientos de oro, decidió que había que sacarles partido. Había tenido malas
experiencias reclamando minas de oro en Colorado, así que decidió que lo mejor,
más que explotar una mina de oro, era “hacer minería del minero”,
proporcionándole todo lo que precisase, ya fuese material de trabajo o juego,
alcohol y prostitutas.
Había
rumores de un posible paso cerca de Virginia City
en Montana, así que en 1863, con la ayuda de un auténtico hombre de la
frontera, John Jacobs, se lanzó a buscarlo. Y lo encontró…y en
un tiempo infame recorrió una senda nueva, cruzando el río Bighorn, el Little
Bighorn y el Powder, dejando las montañas Bighorn al oeste, y enlazando con la senda de Oregon a menos de 100 km de Fort
Laramie. Me puedo imaginar la risa que se
pudieron echar los indios que vieron avanzar penosamente a ambos personajes,
enfundados en pieles de Búfalo, y con un par de mulas roñosas y esqueléticas.
Pero acaban de acortar la ruta a las minas de oro en más de 400
millas…aprovechando un viejo sendero de caza de los Arapahoes, los Shoshones,
y especialmente de los Lakotas.
Bozeman lideraría las primeras caravanas de
colonos por la senda que recibiría su nombre: la senda Bozeman, y además fundaría en Montana, para sus
negocios, el pueblo de Bozeman (humildad,
inexistente en el oeste…). Ambos, le harían muy rico. Al final acabaría sus
días, en 1867, asesinado en las orillas del río Yellostowne
por indios pies negros, aunque todos los autores coinciden actualmente que su
asesino fue su compañero, Tom Cover, merced a su disparatada y cambiante
versión.
De
manera inmediata, los indios de la zona, que sabían perfectamente lo mal que
les acababa yendo cuando aparecía una ruta que cruzaba por sus terrenos de
caza, se lanzaron a atacar a los colonos. Motivaron estos ataques, varias
expediciones en 1866, lideradas por un tal General Patrick Edward
Connor (ya conocido de un post anterior),
una contra los Arapahoes, derrotados en
la batalla del río Tongue; otra contra
los Shoshones, derrotados en la batalla
del río Powder; y otra contra los Sioux Lakota,
que ya hemos visto que acabó en retirada y casi en desastre total.
En
1866, el ejército de los estados Unidos no estaba en su mejor forma. Largamente
desmovilizado después del final de la guerra de Secesión, su número se había
visto muy reducido. También habían desaparecido en la frontera muchos
regimientos de voluntarios formados por ex - prisioneros de guerra
confederados, y el número total de tropas regulares había descendido. El
servicio en la frontera era muy impopular, las unidades eran rotadas con
frecuencia, lo que aseguraba que las lecciones tácticas se perdiesen, el
entrenamiento casi inexistente (muchos pensaban, que al ser veteranos de la
guerra civil, no lo necesitaban) el material estaba muy gastado, las pagas eran
malas y muchos oficiales tuvieron que aceptar reducciones importantes en rango
y sueldo para seguir sirviendo. Así que, con este panorama, tocaba marear a los
Lakota con negociaciones.
En
el verano de 1866, un antiguo propietario de minas, de nombre Nelson Store
decidió usar la senda Bozeman para llevar
más de mil cabezas de ganado a Montana. Aunque el ejército se lo prohibió, no
hizo caso alguno, y siguió adelante, logrando su propósito de inaugurar la
primera gran ganadería de dicho estado. Fue demasiado para los Lakota, pero aún así, dieron una oportunidad al
arreglo con una nueva reunión de jefes en Fort
Laramie. Reunión que coincidió con la
llegada de tropas de refresco al mando del coronel Henry B. Carrington.
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Coronel Henry B. Carrington |
Éste
era un curioso personaje, sólo posible en el ejército de la Unión durante la
década de los 60. No era militar, sino abogado de profesión, y de bastante
éxito al parecer. Fue nombrado coronel del 18 regimiento de infantería, con el
que nunca vio combate en la guerra de secesión. Sin embargo, era un reputado
organizador y legista, alguien a quien le podías encargar con seguridad un
despliegue, pues contaba con otra interesante virtud: no tenía delirios de
grandeza, le gustaba el ejército y se quedó al terminar la guerra; pero sabía
perfectamente que no era un estratega, y que debía obrar con prudencia. Los
indios pensaron que venía a hacer de “policía de fronteras”, haciendo cumplir
los tratados y cerrando la senda Bozeman.
Venía a todo lo contrario, a garantizar los derechos de paso (recordad la
trampa que había en los tratados con los Sioux
sobre uso y no posesión de la tierra), a establecer varios fuertes a lo largo
de la misma, y además se traía a civiles y cabezas de ganado para asegurar la
permanencia de los mismos. Fue demasiado, y la guerra estalló.
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Senda Bozeman y los fuerte de Carrington. Fuente Atlas of the Sioux Wars. |
El
ejército había tenido éxito en expediciones contra los Dakota, los Arapahoes o los Shoshones,
pero los Lakota eran de otra pasta, y
además, tenían un mando organizado y efectivo: el gran jefe oglala Nube Roja. Las unidades de combate de
los indios eran bien curiosas, pues más que batallones al uso, se trataba de
algo muy similar a un club social. Los guerreros se unían a unos u otros,
dentro de una tribu, y los había organizados al estilo de los niveles de una
secta masónica, o más lineales como los de los Lakota.
Fuera de combate, y en la vida cotidiana, esos clubes se especializaban en
diversas tareas: labores de policía en el poblado, caza del búfalo, exploración
de nuevos lugares para acampar y un largo etcétera. Se subía, dentro de los
mismos, a base de pruebas y actos de valor (no sólo entendidos como combates,
sino también entraban las decisiones difíciles y juiciosas), y el cargo más que
pequeños beneficios obligaba al que lo ostentaba a continuas demostraciones de
su capacidad. Cada uno tenía sus ritos, colores, vestimentas y danzas; y no
eran ni secretos ni cerrados, todo lo contrario, contaban con gran publicidad y
buscaban expandirse lo máximo posible. Curiosamente, había un importante
intercambio cultural con los de otras tribus, y no era nada raro que danzas
ceremoniales de unos fuesen adoptadas por otros, como la famosa “danza de los
suicidas” de los Cheyennes, adoptada
masivamente por los Lakota. Los miembros
de un club debían proteger y cuidar a los suyos, y ganar fama y gloria para sus
colores mediante sus acciones, en especial las bélicas. Bien aprovechados y con
jefes respetables los clubes podían ejecutar complejas maniobras en el campo de
batalla, y debido a su espíritu de equipo, ser enormemente efectivos. Sin un
gran jefe al que respetasen, iban por libre, facilitando su derrota por el más
jerarquizado ejército norteamericano. Para suerte suya, Nube Roja demostró ser
uno de los más grandes jefes de la nación Sioux.
Carrington comenzó su tarea como lo hubiese
hecho cualquier Legado romano. Reparó el antiguo Fort Connor,
llamado ahora Fort Reno, y subiendo por
la senda Bozeman, construyó Fort Phil
Kearny y Fort
CF Smith, reforzando Fort Ellis
en el paso Bozeman. Era consciente de la
escasa calidad y número de sus tropas, así que adoptó una estrategia muy
defensiva y cautelosa. A finales de año recibió refuerzos de la mano de dos
impetuosos oficiales veteranos de la guerra de secesión: el capitán William J. Fetterman y el capitán James Powell, ambos del 2º regimiento de caballería.
De inmediato su temeridad y desprecio por la estrategia de Carrington se convirtieron en severos
problemas.
Los
fuertes se establecieron en lugares complicados, atendiendo más a la disponibilidad
de agua que a criterios defensivos.
Carrington
sabía que las técnicas de atrincheramiento desarrolladas en los últimos años,
con la artillería y los fusiles de percusión, junto con la ausencia de un tren
de asedio
Sioux, facilitaban una defensa
eficaz de los mismos, siempre y cuando no quedasen peligrosamente
desguarnecidos. Sin embargo, al estar situados en valles, permitían que los
indios los vigilasen de forma constante, y que la madera y el cereal tuviesen
que ser obtenidos fuera de los mismos. Los ataques a lo largo de la senda
arreciaron, cerrándola casi en su totalidad, sólo contrarrestados con tímidas y
cautelosas incursiones contra las elusivas partidas de caballería
Sioux.
Fetterman
estalló…
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Capitán William J. Fetterman |
La
historia cuenta que en una tumultuosa cena de oficiales había dicho que le
bastaban 80 hombres bien armados para recorrer todo el territorio Sioux. Nube roja había concentrado su
estrategia en ataques relámpago contra las partidas de madera y de cereal,
causando un desesperante goteo de bajas al ejército, pero sin lograr llevarlos
a una emboscada. Los infantes del 18 regimiento mantenían sus formaciones, y
seguían adelante con su misión, los soldados del 2º de caballería eran más
agresivos, puede que todo fuese ser paciente y preparar bien una trampa…
Así
que el 21 de diciembre de 1866 se lanzó un nuevo ataque contra un convoy
maderero, que pronto se encontró en apurada situación, la fuerza de rescate, de
80 hombres curiosamente (49 infantes del 18º y 27 de caballería del 2º) debía
ser mandada por Powell, pero invocó Fetterman su anterior rango (teniente coronel)
para mandarlo, quedando Powell de segundo
y el teniente George Grummond (otro de los grandes críticos de Carrington) del 18º, mandando curiosamente el
destacamento de caballería. Las órdenes eran bien precisas, rescatar el convoy,
protegerlo, traerlo de vuelta, y NO cruzar Lodge
Trail Ridge.
Fetterman desobedeció todas ellas.
Bastó
que se encontrara con una partida de Lakotas,
comandadas por un joven y bravo guerrero,
de nombre Caballo Loco, para que se lanzase en su persecución,
presintiendo una victoria fácil. Eran un señuelo, que los llevó al valle de
Peno, donde les lanzaron la típica emboscada en L, los fragmentaron en tres
grupos y los aniquilaron completamente, en un tris
tras. Uno de los grupos con dos civiles armados con rifles Henry del cal. 44 rimfire aguantó más, seguido de otro con la
mayoría de la caballería, con carabinas
repetidoras Spencer del .56-.50, pero el
de la infantería, con Springfield 1861 de
avancarga fue barrido inmediatamente,
pues los indios provocaban las descargas en masa, para acercarse rápidamente al
cuerpo a cuerpo. El desastre fue inmenso, y las unidades del 18º y del 2º de
caballería se encontraron cercadas en sus fuertes.
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Springfield mod 1861 de percusión. |
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Reproducción moderna de una carabina Spencer mod 1863 |
Un
civil voluntario, de nombre John “Portugee” Phillips
cabalgó 236 millas a Fort Laramie para llevar la noticia del desastre y
pedir refuerzos. Y el desastre era gordo: no solamente quedaba cerrada la senda
Bozeman, también se amenazaba Platte Road
y la construcción del primer ferrocarril transcontinental a través de Wyoming. Nube Roja les había hecho una faena
considerable. El general al mando del distrito, el general Cooke hizo que Carrington
se la cargara (más tarde sería exonerado), y lo sustituyó por el Brigadier
General Henry Wessells, que alcanzó Fort Kearny
con dos compañías de caballería y cuatro de infantería como refuerzo, tras un
viaje épico en tormentas de nieve intensas, el 16 de enero de 1867. Un hundido Carrington salió el 23 de enero hacia Fort Laramie,
con su mujer, y otras mujeres con sus hijos (incluyendo la esposa embarazada
del difunto teniente Grummond) y una
pequeña escolta, llegando a Fort Laramie en medio de temperaturas de hasta -38º
C, y con la mitad del pasaje con quemaduras por congelación. Abandonaría el
ejército en 1870, y dedicaría gran parte de su vida a defenderse de las
acusaciones de haber ocasionado la matanza con su inactividad posterior (lo
cual no era cierto).
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General Henry Wessells. |
El
parón invernal permitió cierta
reorganización al ejército, pero sin mucha mejoría aparente. Los suministros
disminuyeron alarmantemente en los fuertes, gran parte de los caballos y mulas
o murieron o fueron sacrificados, y hasta se sufrió un brote de escorbuto. Y en
abril, los Sioux comenzaron de nuevo a
dar batalla…y ahí Wessells y el resto se
dieron cuenta que no nadaba muy desencaminado Carrington
con su estrategia.
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cuadro idealizado de la muerte del teniente Grummond |
Nube
Roja siguió con sus ataques a partidas de obtención de madera y forraje,
dedicando especial atención a pillarlos al descubierto. Sin embargo, sus
aliados Cheyenne, arrastrando a elementos
Lakota, se decidieron a atacar los
campamentos madereros y forrajeros directamente. Los existentes eran pequeñas
fortificaciones de fortuna, muchas veces aprovechando los carromatos como hemos
visto mil veces en las películas. Así el 1 de agosto atacaron lo que se dio en
llamar “el campo de heno” (Hayfield)
cerca del Fort CF Smith, recientemente reforzado por dos
compañías de infantería mandadas por el Coronel Luther
P. Bradley. La táctica la de siempre.
Provocar una descarga de los Springfield
mod. 1861, y cargar mientras los soldados realizaban el laborioso proceso de
recarga.
Pero
mientras cargaban, de forma sorprendente, recibieron otra descarga, volvieron a
cargar, y otra descarga casi inmediata, y así hasta que el ataque quedó roto…¿qué había pasado? Pues que había nuevos naipes
en la baraja: los rifles de retrocarga.
Hasta
entonces el ejército había usado el bien fiable rifle Sprinfield mod
1861 (hay algunas noticias no constratastadas
que también se usó en las grandes llanuras el Remington
Zuoave mod
1863). Preciso y manejable, pero disparaba una potente bala minié del cal. 58 que debía cargarse por la
boca, tras morder el cartucho de papel que contenía pólvora y bala, y atacarla
hasta la recámara, para a continuación, cebar la chimenea con un pistón de
cuatro aletas, y eso significa mucho tiempo de recarga.
Sin
embargo, durante el invierno se habían recibido los nuevos Springfield Mod
1866 (tanto en versión rifle como carabina de caballería), del calibre .45-.70 Government. Eran ya de cartucho metálico, y se
cargaban rápida y directamente en
recámara, a través de un ingenioso sistema de trampilla diseñado por Allin (no
era el único, pero su segunda versión era la más sencilla y fiable que había),
lo que permitía una tasa de fuego por minuto muy superior. Además el citado
sistema de Allin se adaptó para usarlo en rifles Sprinfield Mod. 1861, y convertirlos así de avancarga a retrocarga. También se
incrementaron el número de carabinas Spencer
de repetición, un precioso y fiable diseño de 1863, con un cartucho mucho menos
potente, pero que permitían un fuego muy rápido y preciso gracias a su cargador
tubular, situado en la culata del arma, de 7 cartuchos. Y a esto le añadís que
los civiles que compartían penurias con los soldados se comenzaron a armas con
rifles repetidores de palanca Henry, y en 1867, con el primero de los
famosísimos Winchester: el modelo 1866 Yellowboy.
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Conversión Allin de un Springfield |
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Reproducción moderna, por Uberti, de un repetidor Henry. Queridos Reyes Magos... |
La
mayoría de los indios de la época seguían armados con sus armas ancestrales,
lanzas, hachas de guerra y arcos, que eran letales contra las armas de avancarga, de lenta tasa de disparos. Los que
poseían armas de fuego, o bien eran saqueadas a soldados y civiles, o mucho más
frecuentemente, eran los famosos Trade
muskets. Se trataban éstos de armas,
en teoría de peor calidad (digo en teoría, pues el estado del gran número de
supervivientes actuales lo desmienten. Puede que los fabricasen compañías de
segunda fila, pero decidme quién era el machote que le vendía un arma pésima o
defectuosa a un Sioux…), y con llave de
chispa. El ánima del cañón era habitualmente lisa, y la llave de disparo
requería ser cebada con pólvora negra, una pequeña cazoleta, tras haberlo
cargado como anteriormente se describió con el Srpingfield
Mod 1861. Además seguía disparando viejas
bolas de plomo, por lo que su precisión, por encima de los 50 metros, era casi
inexistente (las modernas competiciones con estas armas, la modalidad de
Miguelete, el blanco, de casi un metro cuadrado, está situado a esa distancia,
y aún así se falla un montón…).
A
pesar de ser de recarga más lenta (los indios hacían una pequeña trampa aquí.
Usaban bolas de menor calibre que metían en la boca, y que escupían rápidamente
en el cañón tras haber echado una dosis a ojo de pólvora, y luego usando la
misma polvorera, cebar la cazoleta. La precisión era horrible, pero daba igual,
ellos disparaban a muy corta distancia con ellos. Un mito más que se derrumba,
el del fantástico tirador indio, eran más bien malos o como mucho mediocres) y
menos precisos, los indios los preferían por una razón muy sencilla. Los de
pistón exigían que tuviesen pistones que se podían corroer o funcionar mal en
las condiciones en las que los Sioux los
podía almacenar, y al no poder fabricarlos, si se quedaban sin ellos, el arma
quedaba inútil.
Por el contrario las llaves de chispa
requieren pedernal, una piedra que aprendieron a reconocer y tallar, y para las
balas sólo hacía falta algo de plomo, una cazoleta y un fuego; y la pólvora se
compraba sin problemas (y muchas veces la daba el gobierno en las reservas). Y si estáis pensando que el plomo podría ser
un problema para un pueblo nómada, los indios, gracias al comercio tenían un
suministro enorme de algo parecido: el peltre. Se trata de una aleación de
cobre, estaño, antimonio y plomo, muy usada en la fabricación de cacerolas y
utensilios caseros. Para fundirlas hace falta algo más de calor, pero no un
alto horno, y el plomo queda líquido, y las impurezas, en forma de polvo
“nadando” por encima, por lo que son sencillas de retirar. Y puede que no sea
tan perfecta como la mezcla de plomo al 95% con bismuto al 5%, pero la
pelotería que se obtiene es más que válida. Por estas razones, los usarían
muchísimo tiempo, y sólo la llegada del cartucho metálico haría que comenzasen
a hacerse con estas nuevas armas.
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Comparativa entre llave de pistón (arriba) con una llave de sílex. |
El
2 de agosto de 1867, cerca de Fort Kearny se atacó un campamento maderero
fortificado con carromatos. La lucha consiguiente fue un calco de la del campo
de heno, gracias las nuevas armas de retrocarga, logrando aguantar los soldados
y civiles allí atrincherados durante seis horas, hasta la llegada de refuerzos.
Pero lo más alarmante llegó el 7 de agosto de 1867, cuando una numerosa partida
de Lakotas se atrevió a atacar un tren de
la Union Pacific
en Plum Creek,
una región muy alejada de la senda Bozeman,
y considerada como segura.
El
asunto era ya desastroso. Las minas de
oro de Montana no eran tan fabulosas como se creían, y requerían mucho esfuerzo
por magros resultados, la construcción del ferrocarril en Wyoming estaba casi paralizada, la senda Bozeman cerrada, y el coste de las operaciones
se había disparado. Costaba mantener al año, un sólo regimiento de caballería
en la zona, unos dos millones de dólares. Y eso para una hacienda federal
agotada por años de guerra y por la ingente labor de reconstrucción del
derrotado sur confederado, y para colmo los indios haciendo incursiones a muy
larga distancia, causando inquietud generalizada y parón económico. Tocaba negociar.
Se
tanteó a los Lakotas para que acudieran a
una nueva conferencia de paz en Fort Laramie, mediante promesas de dinero y
mercancías. Nube Roja fue inflexible, si querían tratado, debían abandonarse
todos los fuertes de la senda Bozeman,
hecho que logró en julio de 1868. Se dio el gustazo de quemarlos hasta sus
cimientos, pocas horas después de su abandono. Y no fue hasta noviembre de
1867, cuando acudió al citado fuerte, a firmar el segundo tratado de Fort Laramie.
En
dicho tratado, Nube roja consiguió que el condado de Powder River
fuese declaro como territorio No-cedido a los EEUU, y lugar para que los sioux y arapohoes
que así lo decidiesen viviesen y cazasen allí. Además, se especificaba que
mantenían territorios con derecho de caza en el oeste de Kansas, y en el este
de Colorado. Y lo más importante: que en dicho territorio no-cedido, no podría
entrar ningún hombre blanco, ni siquiera el ejército, sin permiso de los Sioux.
Nunca,
los indios, habían conseguido un tratado similar. Pero no volverían a conseguir
otro, pues sería la primera y última vez que ganarían una guerra a la joven
nación norteamericana.
Como
garantía del tratado, el gran jefe Nube Roja, prometió que jamás volvería a
alzarse en armas contra el hombre blanco, y que se retiraría a vivir a una
reserva. Lo cumplió a rajatabla, pero, con matices…es cierto que no volvió a
coger jamás un arma, pero luchó mediante la diplomacia y la resistencia pasiva
contra el empeoramiento progresivo de las condiciones de vida y trato a los
nativos americanos. Murió el 10 de diciembre de 1909, en la reserva de Pine Ridge, y su obituario se publicó en los
principales periódicos del país. Fue uno de los principales protagonistas de la
única guerra ganada por los Sioux, y le
quedó la amargura, en sus últimos años de ver la inmensa decandencia de la gran nación Lakota. Pero dicen, que le quedó la chispa de
esperanza de ver, que había logrado, por lo menos, mantener la supervivencia de
su pueblo, que pensaba perdida desde que en 1870 visitó Washington DC, y
comprobó el inmenso poderío del hombre blanco.
Aparte
de gran jefe guerrero, fue un experto líder, negociador, y gran diplomático; y
muy respetuoso con la ciencia y la cultura. Muy celebrada es la anécdota de
cuando en 1870, se presentó en Powder River el padre de la paleontología americana
moderna, Othniel Charles Marsh, para pedir permiso para estudiar los
fósiles de la región. A cambio de convertirse en un portavoz más de las
peticiones de los indios, Nube Roja le permitió libre paso y residencia por el
territorio del tratado, así como asistencia para la localización de todos los
fósiles que sus guerreros hallasen o conociesen. Se mire por donde se mire su
biografía, estamos ante una de las más grandes figuras del antiguo oeste.
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el gran caudillo Sioux Nube Roja. |