Dos nuevas invenciones vinieron en su
ayuda: la pólvora sin humo y el genial Winchester Modelo 1894.
Una de mis grandes aficiones es el tiro
con armas de avancarga o de cartucho metálico (del periodo del antiguo oeste)
recargado con pólvora negra. Es un tiro extraordinario, desafiante y muy
enriquecedor a nivel personal. Pero ahora que mis amigos y compañeros del club
de tiro no me oyen, os diré un secreto: la pólvora negra, puede ser un gran
coñazo…hay que aprender a dosificar para conseguir buena precisión la que usas
en cada disparo, las armas hay que limpiarlas a menudo para evitar que se
oxiden, y cada disparo emite una gruesa nube de humo blanco que delata tu
posición.
Los intentos de sustituirla fueron múltiples.
Lo más prometedor apareció en la década de 1840, en forma de las pólvoras de
algodón. Se usaban fibras de algodón o lana empapadas en una proporción
adecuada de ácidos nítrico y sulfúrico, y luego cuidadosamente molidas. No
daban apenas humo, y conseguían unas presiones en recámara inalcanzables para
la más fina y cara pólvora. Pero era muy inestable, y no pocas fueron las
factorías y polvorines que espontáneamente saltaron por los aires, con gran
pérdida de vidas humanas. En 1880, químicos franceses lograrían estabilizarla
en un compuesto conocido como Poudre B,
gracias al cual se conseguiría una munición de gran velocidad y poder de
parada. Alfred Nobel mejoraría aún más la fórmula mediante la combinación con
la nitroglicerina.
Poudre B. |
Para la década de 1890, Winchester
Firearms tenía una sólida reputación, y seguía siendo líder de ventas. En 1892
sacó un nuevo modelo, el más habitual que se ve en las películas clásicas de
vaqueros, y nuevamente con un gran éxito. Sin embargo, todavía no se había
dedicado a los nuevos cartuchos de pólvora sin humo, y aunque sus excelentes
diseños permitían su uso, eran en calibres ya considerados como relativamente
pequeños, y que precisaban cargas que no alcanzaban potencia plena. Además, sus
rifles, aunque de excelente calidad, eran muy caros, y la inmensa mayoría de
sus clientes potenciales sólo se podían permitir uno; así que se hacía
necesario un nuevo diseño, que aprovechase las nuevas pólvoras y disparase
cartuchos que valiesen un poco “para todo”: desde caza a defensa, y con un
mayor alcance efectivo que los que ofrecía.
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Winchester mod 1892. |
La campanada la dieron con el modelo
1894. Fabricado en gran variedad de calibres, sería uno, el que lograría fama
universal: el .30 – 30; llamado así por el calibre, y la carga de 30 grains de
pólvora moderna (aunque, lógicamente se ofrecería en muy diversas modalidades
de carga y puntas). Aún hoy, se sigue usando muchísimo dicho calibre para caza
mayor, y aunque se le considere como “escaso” para un jabalí, he conocido a dos
personas que los tumbaban de maravilla en las monterías y a miras abiertas, eso
sí, colocando los disparos que asustaba. El modelo 94, de hecho, sigue siendo
el rifle deportivo más vendido hasta el día de hoy, y se sigue todavía
fabricando.
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Winchester Mod. 1894. Queridos Reyes Magos... |
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Esa rampa delante del guardamonte, es uno de los secretos del modelo 94. Permitía manejar cartuchos más largos que los previamente usados. |
La combinación de un rifle excelente y
preciso (Winchester no ha fabricado nada malo todavía, que se sepa), con un
cartucho con excelente balística, destacando una buena rasante, y las notables
habilidades desarrolladas a lo largo de toda una vida dieron resultados
espectaculares. No es de extrañar que ante semejante “Terminator”, fuesen muy
pocos los que optasen por quedarse y resistir.
Tom Horn seguiría en dicho trabajo
hasta 1898, año en el que acudiría a la llamada de Theodore Roosevelt, y se
enrolaría en los Rough Riders para compatir en la guerra hispano – cubana. No
pasaría de Florida, pues contraería una severa malaria que le obligaría a estar
en el hospital de Tampa toda la guerra. Se libraría así de una ración de su
propia medicina, es decir, disparos rápidos, con los 7x57 mm de pólvora sin
humo de los Mausers españoles, que causarían severas bajas en la batalla de la
colina de San Juan.
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Mauser español modelo 1893. |
De allí, volvería a casa de su amigo John
Coble, a Wyoming, a retomar su trabajo habitual, pero con la salud aún más
resentida. Y dícese así, pues ya estaba bastante tocada. No había ahorrado un
solo dólar de todo el dinero ganado, pues lo había quemado en innumerables
juergas con prostitutas, juego y cantidades industriales de alcohol. Por aquel
entonces comenzó a cometer más estupideces de la cuenta: por ejemplo, comenzó a
“marcar” a sus víctimas poniendo una piedrecita debajo de la cabeza del
cadáver, lo que fue rápidamente aprovechado por otros pistoleros contratados
por los ganaderos para hacer lo mismo, y echarle las culpas a Horn. Aumentó su
leyenda, pero también las cuentas pendientes que iba dejando. Y lo peor de
todo, mientras estaba borracho, hablaba demasiado, alardeando de las muertes
que había causado y de cómo lo había hecho.
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John Coble. Su amistad nunca le faltaría a Horn. |
En 1899, perseguiría a ladrones de
trenes, en especial a ciertos integrantes de la famosa “Wild Bunch” que habían
asaltado varios en su territorio. Posiblemente estaba pagado nuevamente por los
Pinkerton, y siguió con su viejo oficio de detective de ganado. Pero en 1901,
todo en su vida comenzó a torcerse…
En el territorio de Wyoming había un
duro ganadero y granjero, de gran éxito, llamado Kels Nickell. Era un tipo
realmente duro, que había comenzado a combatir ya en las guerrillas que
surgieron en Kansas y Missouri durante la guerra de Secesión, tras ver morir a
su padre ante sus ojos. Veterano de las guerras indias de las llanuras, no era
de esos a los que se asusta y doblega con facilidad. Además, era temido por su
gran destreza, bravura y fuerte temperamento. Y era uno de esos colonos recién
llegados, y de gran éxito. El choque con los miembros de la WSGA estaba
asegurado.
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Kels Nickell. |
Más por jorobar que por otra cosa,
comenzó una explotación, en sus tierras de ganado ovino. Y lo curioso, es que
de repente comenzó a dar grandes beneficios para disgusto de los ganaderos de
vacuno, resultando ser así una fuerte e inesperada competencia en el mercado de
carne. Además, John Coble tenía una
cuenta personal con él, pues en una discusión en 1890 por unos pastos, Kels lo
había apuñalado, y dejado casi con un pie en la sepultura. Todos, incluido él
mismo, sabían que caminaba por el territorio con una gran diana en la espalda.
Por supuesto que recibió las consabidas notas amenazantes, pero hasta el
momento la mayoría de los muertos eran gente de mal vivir, sin apenas amigos,
malos vecinos y claros cuatreros. Él era, pese a su mal humor, un respetado
hombre de negocios y de familia, y de vida ordenada y misa los domingos…muchos
de sus vecinos pensaron que no se atreverían con él.
El 18 de julio de 1901, uno de sus
hijos Willie Nickell, de apenas 14 años de edad, cogió uno de los caballos de
su padre, para darse una vuelta. Como la mañana era fría, también cogió uno de
los sombreros y abrigos habituales de su progenitor. Al ir a abrir la puerta
del rancho, súbitamente, recibió dos disparos del .30 – 30 en la espalda,
escupiendo gran cantidad de sangre, trató de gritar y volver a casa. Cayó
muerto en el camino.
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el infortunado Willie Nickell. |
Unos días después de su entierro, su
padre, mientras trabajaba en el campo recibió tres disparos que le destrozaron
el brazo derecho. Mientras estaba en el hospital de Cheyenne, varios hombres
asaltaron su rancho, mataron a la mayoría de sus animales y quemaron establos y
graneros. Fue demasiado para él…destrozado física y moralmente, malvendió sus
propiedades, y se mudó con la familia a la ciudad de Cheyenne, donde
emprendieron varios negocios con éxito. Pero no volvió a ser el mismo de antes,
ni tampoco Wyoming, ni el oeste.
Fue el rebosamiento de un vaso ya bien
colmado. Todo el mundo estaba harto de las guerras ganaderas, de los barones, y
de los asesinatos sin fin. Y la muerte de un niño de 14 años fue el detonante
de una inmensa reacción que sacudió, prensa, política y conciencias de todo el
país. Una vez conquistado el oeste, era necesario que la civilización y sus
normas y leyes, por fin, se estableciese en los nuevos territorios.
Joe
Lefors era Marshall de los Estados Unidos, y había llevado una vida muy similar
a la de Tom Horn. Antiguo empleado de Pinkerton, defensor de la ley, vaquero y
detective de ganado. Pero había una diferencia crucial: nunca había sido
asesino a sueldo de los grandes ganaderos, y por eso odiaba a personas como
Horn. Como servidor de la ley, lo definía mejor que nadie el gran Marshall
Charles Siringo: “era completamente inepto en funciones policiales”. Y llevaba
una época de casos fallidos, lo que mermaba su reputación y su caché. Pero
estaba convencido de la culpabilidad de Tom en el caso del joven Willie
Nickell, y además en que podía probarse.
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Joe Lefors. |
Tom Horn había estado alardeando del
tema en varias de sus borracheras, pero circulaban dos versiones. La primera,
decía que se había autoinculpado tanto de los disparos a Willie como a su padre
Kels. La segunda, provenía de una afirmación del forense local, que hablaba que
los disparos a Willie se habían realizado desde 300 yardas (afirmación
imposible, porque ni aún hoy en día, fuera del alcance de los componentes del
disparo que no son el proyectil, como el negro de humo, la proyección de
pólvora sin quemar o la quemadura por la llamarada del disparo, no se puede
establecer si el disparo se ha realizado a 20 o a 200 metros, sólo con la
observación del cadáver). Al oírlo, en varias borracheras había afirmado que el
podía hacer ese disparo desde más allá de las 400 yardas…
Lefors preparó una trampa con cuidado.
Aprovechando el caso real de una violenta, numerosa y bien organizada banda de
cuatreros, camuflada como pequeños propietarios, que operaban al oeste de
Montana, contactó, haciéndose pasar como empleador de un grupo de grandes
ganaderos, con Horn. Éste, como de costumbre, sin un centavo en el bolsillo, y
deseando poner unas cuantas millas por medio de Wyoming hasta que se calmase el
asunto Nickell, mordió el anzuelo.
La entrevista tuvo lugar en uno de los
saloones de Cheyenne, y Lefors, discretamente, tenía posicionados, al lado de
su mesa, a un ayudante (para que actuase como testigo), y a un taquígrafo. Tom
Horn fue poco a poco alardeando de sus acciones, ayudado por una creciente
cantidad de alcohol. Lefors, poco a poco, fue llevando la conversación a la
muerte del joven, hasta que Tom no sólo dijo que lo había hecho, sino que
volvió a alardear del modo y la precisión de sus disparos.
Aunque hubo mucha discusión acerca de
la validez de tal prueba, Tom Horn fue detenido por Joe Lefors el 13 de enero
de 1902. Rápidamente, sus empleadores, excepto John Coble que pagó su defensa y
Charles Irwin ( a éste último, antes de morir le regalaría su famoso rifle), le dieron la espalda. Era ya un personaje incómodo, signo de los
viejos tiempos y métodos, que ya eran ampliamente denostados; y como en todo
gran cambio social, una de las formas más rápidas de hacerlo y que más
conciencias acalla de los antiguos y malvados actos, es mediante el sacrificio
de una persona que los simbolice.
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Juzgados de Cheyenne. |
Pese a las dudas que surgieron en torno
a la confesión y la forma de obtenerla, y la posibilidad que Willie hubiese
sido asesinado por otro joven, Victor Miller, hijo de otro ganadero de ovino
con quien Kels Nickell mantenía, también, agria disputa, sirvieron para evitar
el temible veredicto: Death by Hang¸
muerte en la horca. Inmediatamente, su abogado, presentó la correspondiente
apelación.
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El jurado que condenó a Horn. |
Mientras ésta se resolvía, Tom Horn,
con la ayuda de un cómplice, intentaron una fuga. Después de reducir a uno de
sus carceleros, salieron a las calles de Cheyenne, donde comenzaron a ser perseguidos por otros ayudantes y varios
civiles armados. Y lo hubiesen pasado mal, de no ser porque los nuevos tiempos
iban a arrollar, una vez más a Tom Horn.
El arma que había robado a su carcelero
no era un revólver, era una de las primeras pistolas semiautomáticas, muy
posiblemente una Browning modelo 1900. Nunca había tenido una en la mano, y al
intentar disparar con ella nunca lo logró, pues no sabía ni cargarla ni
manipular el seguro. Esos segundos de forcejeo sirvieron para que un paisano,
O. M. Eldrich, le golpease en la cabeza con la culata de su fiable revólver.
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Browning mod 1900. Se dice que ésta fue la pistola que no supo manejar Tom Horn. |
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¿la captura de Tom Horn? se sigue discutiendo sobre esta fotografía... |
Después del episodio, sus posibilidades
en las apelaciones cayeron a cero. El resto de su tiempo lo pasó trenzando una
cuerda para lazo con pelo de caballo, y dictando sus memorias a la maestra de
Iron Montain, una joven de nombre Glendolene Kimmel, que había conocido en casa
de unos amigos. Se dice que fue lo más parecido que tuvo a una novia formal en
su vida.
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Miss Kimmel. |
Un día antes de su cuadragésimo tercer
cumpleaños, el 20 de noviembre de 1903, se cumplió la sentencia. Una multitud
curiosa se agolpó a las puertas de la cárcel de Cheyenne. Tanta, que se temió
un intento de liberación del reo (unos días antes, una potente carga de
dinamita fue localizada cerca de los muros de la misma), así que se contaba con
numerosos soldados armados, e incluso una ametralladora Gatling que cubría la
puerta de la prisión. Mientras subía al cadalso, acompañado de los sones de Life is like a mountain railroad,
cantada por deseo suyo por varios amigos, se permitió hasta bromear con el
verdugo, otro amigo suyo, de nombre Joseph Cahill, a quien veía visiblemente
nervioso. Su valor y serenidad impresionaron a todos los presentes.
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Tom Horn en prisión. |
Tom Horn no es un personaje que se haya
prodigado demasiado en el cine clásico de vaqueros. Sin lugar a dudas, la mejor
película realizada sobre su vida, pese a las inexactitudes, fue la dirigida por
William Wiard, en 1980, Tom Horn. En
el papel estaría un supremo Steve McQueen, en su penúltima cinta (la última,
ese mismo año, irónicamente, sería Cazador
a sueldo). Ya estaba por aquel entonces muy enfermo de cáncer de pulmón
(moriría a finales de ese año), y lograría dar, en su gran interpretación, ese
matiz final y crepuscular a un guión que reflejaba los últimos años del
legendario vaquero.
Si hay que ponerle una fecha final al
antiguo y salvaje oeste, sin duda, sería el 20 de noviembre de 1902, y el
lugar, el frío patio de una prisión de Wyoming. Por supuesto que el oeste
seguiría generando grandes personajes, hazañas y leyendas. Pero ya nada
volvería a ser lo mismo después de la muerte de Tom Horn.
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