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lunes, 20 de enero de 2014

LA "NOVIA" DE LOS EJÉRCITOS (Parte 2)

Y llegaría el siglo XX, y todo cambiaría.
La primera revolución llegaría de la mano de un bacteriólogo alemán, el doctor Paul Ehrlich que en 1910 presentaría en el congreso de Wiesbaden, su revolucionario compuesto 606, la Arsfenamina, que fabricada por la casa Farbwerke – Hoechts, se haría mundialmente famosa con el nombre comercial de Salvarsan. Tan revolucionaria era la nueva medicina que la propia casa regaló más de sesenta y cinco mil dosis a médicos de todo el mundo (uno de ellos nuestro famosísimo D. Gregorio Marañón) antes de estar terminadas las pruebas (lo que le valdrían diversas acusaciones penales a Ehrlich, de las que saldría absuelto). El propio doctor lo definía como una bala mágica, y bien podía llamarse a sí, pues era el primer fármaco eficaz contra la sífilis, en una Europa en la que se calculaba que podía estar infectado del morbus gallicus hasta un 15% de su población adulta.


El principio activo era el venenoso arsénico, y ello traía sus buenos problemas. La nueva medicina era complicada de fabricar, y muy cara. Además su administración era por inyectable: por vía intramuscular muy desaconsejada pues era extraordinariamente dolorosa y además se solía necrosar la zona de inyección, y por vía intravenosa. En ésta última había que preparar con cuidado la solución para que la sosa usada junto con agua destilada para disolver el polvo amarillento en el que venía presentado no le hiciese perdiese actividad. Además no se podía esterilizar y si se tardaba más de treinta minutos en iniciar la administración, el compuesto se descomponía y le metías al paciente una dosis letal de arsénico. La infusión era molesta, tardaba más de 15 minutos, en ayunas, y debía reposar luego el enfermo en cama 4 – 5 horas después. Y ésta era una pauta simple, pues dependiendo de la gravedad y avance de la sífilis, las pautas podían ser bien complejas.

Kit para la administración del Salvarsán.

Los efectos secundarios eran los propios de una intoxicación arsenical: trastornos gastrointestinales severos, parálisis, necrosis en piel, ceguera, sordera…e incluso la muerte por envenenamiento, algo que ocurría en un caso de cada 200. Pero curaba la sífilis, y eso era razón suficiente para correr ese riesgo.


El ejército español, embarcado en una complicada guerra en Marruecos, con un ejército de leva compuesto por soldados de extracción muy humilde, entre los que se cebaba la sífilis y otras dolencias venéreas, discretamente, fue de los primeros en adoptar la nueva droga milagrosa. A tal efecto, con una delegación española, se trasladó en diciembre de 1910 a Alemania, el comandante médico D. Ángel Morales Fernández, el cual rápidamente introdujo el uso del Salvarsán entre el arsenal terapéutico de la sanidad militar española.


Dos años después, Ehrlich, nuevamente con la inestimable ayuda de su discípulo japonés, el doctor Sahachiro Hata presentó un compuesto mejorado, el 904, que la Hoetchs llamaría el Neosalvarsan. Mucho más estable y sencillo de usar, que permitió que la mortalidad iatrogénica descendiese a uno de cada 2000 casos de administración. También los militares españoles serían de los primeros en adoptarlo, con grandes resultados. De hecho, el control de prostíbulos, las campañas de información a los soldados y los exhortos a la abstinencia sexual, junto con el uso discreto pero intenso y muy eficaz del neosalvarsán consiguieron que en nuestra guerra civil la tasa de infección por sífilis fuese muy baja para un conflicto de dichas características. Y curiosamente ambos bandos actuaron igual, exhortando principalmente al ejercicio de la moralidad de los soldados y a la abstinencia sexual con prostitutas (Durriti, de hecho, llegó a expulsar de manera fulminante de su columna, en 1936, a toda mujer que practicase el comercio carnal).

Los Doctores Paul Ehrlich y Sahachiro Hata.

Y en esas llegó a la historia el primer conflicto militar con fuerte componente industrial entre grandes potencias: la I Guerra Mundial. La actitud de los diversos países e imperios fue muy variada. De entrada los alemanes (también los astro-húngaros, aunque en menor medida), cuyo actuación en parte copiarían los médicos militares españoles, consistía en un sistema rígido y reglamentado de “logística sexual”. Los burdeles tenían que ser autorizados y estar inspeccionados regularmente. Los soldados que los usaban debían a notar sus nombres en un “libro de visitas” indicando con cuál de las mujeres mantenían relaciones, se les suministraba un pack con preservativos y toallitas con cremas desinfectantes, y si podía haber sospecha de contagio debían someterse bajo pena de sanciones disciplinarias al correspondiente tratamiento.


Los británicos ignoraron el problema hasta 1915, en el que la tasa entre tropas de los dominios como los canadienses y los neozelandeses era tan alta, que los primeros ministros de los mismos exigieron un cambio de política a los altos mandos militares, pasando a tener un sistema no tan estricto pero más parecido al germano. Los estadounidenses también optaron por ignorarlo y exhortar a la abstinencia sexual, hasta que a finales de 1917 tuvieron que adoptar el sistema británico. Cerca de 400.000 de sus hombres ya se habían infectado por sífilis y gonorrea...


Pero lo de los franceses fue delictivo. Tenían una legislación muy estricta en esta materia, que llegaba a los extremos de encarcelar y tratar de forma obligada a las prostitutas que se infectasen de alguna enfermedad venérea. Pero aparte de insistir en el matrimonio y en la abstinencia sexual de los solteros, poco más hicieron. Además, seguía en vigor la expulsión del ejército, por comportamiento indigno, si se descubría que el soldado estaba infectado de sífilis. Pero habiendo en el mercado una carísima pero eficaz medicina, y ante las altas probabilidades que el Poilu común tenía de ser gaseado, enterrado vivo por la artillería o despedazado por las ametralladoras alemanas en tierra de nadie, en paraísos terrenales como Yprés, Verdún o en el Aisne, dicha expulsión ya no sonaba tan mal. El resultado es que la tasa de sífilis del ejército francés durante la primera guerra mundial, duplicó la de las demás potencias.


En 1928, Sir Alexander Fleming descubrió la Penicilina, y este antibiótico, sí que curaba la enfermedad de forma muy efectiva. Comparado con la bala mágica que era este nuevo fármaco, el Neosalvarsán más parecía una maza medieval que el fármaco milagroso que había sido. Y lo mejor, era que con el paso del tiempo se desarrollaron técnicas que permitían fabricarlo en masa y de forma muy barata. Los trabajos, en 1938, de Howard W. Florey, Ernest B. Chain y de Norman Hatley, abrieron el camino para que los científicos de la UDSA Northern Regional Research Laboratory y del casa Pfizer desarrollaran métodos de fabricación que lograrían bajar el precio de fabricación de una dosis de penicilina de los casi 300 dólares de finales de los años 30 al medio dólar de mediados de los cuarenta. Además, la penicilina curaba la sífilis con inyecciones intramusculares de fácil administración, era mucho más estable que los compuestos arsenicales, tenía muchísimos menos efectos secundarios e incluso se podía recuperar parte de la misma de la propia orina del paciente. Era el triunfo definitivo de la humanidad sobre la temida enfermedad. Y llegó a tiempo, pues en 1939 empezó otro conflicto de gran calado: la Segunda Guerra Mundial.


Penicillum Notatum.
Y precisamente la posesión de la Penicilina cambiaría, según los países la forma de enfrentarse a los contagios de sífilis entre sus tropas. Los alemanes, que carecían de ella, y que sabían que el antibiótico que tenían, las sulfamidas, era ineficaz contra las ETS, volvieron a hacer lo mismo que en la Gran Guerra. Para qué cambiar, les había ido bien, y su tasa de contagios de venéreas entre las potencias combatientes había sido la más baja de todas.


Pero lo de los japoneses no tiene mucha explicación…La bacteriología nipona siempre ha sido de un gran nivel, pero lo que es extraño fue lo mal aplicada que estaba en ciertas partes a sus fuerzas armadas. Ponían un gran cuidado en conseguir agua potable de calidad a sus soldados, pero (algo que asombraría a los servicios sanitarios aliados después de la guerra) muchos tratamientos eran erróneos o insuficientes. Según fue avanzando la guerra, la disponibilidad de muchos fármacos fue mucho menor, empeorando muchos problemas de salud, como fue el caso de la malaria.


En el caso de las ETS, predominaba más la cura local con tinturas yodadas o con cloruro de mercurio y sulfotiazol, usándose en menor medida el Neosalvarsán, y con una pauta muy discutible. Y era extraño, pues en la abyecta y bastarda versión del bushido que el soldado japonés estaba embebido ya desde el colegio, como soldado victorioso era y debía comportarse como un conquistador. Y esa visión implicaba que los vencidos, y mejor aún si eran civiles, eran con todo derecho objeto de todo tipo de rapiñas, incluidas las sexuales. Además, tanto el ejército como la marina gobernaban y mantenían una gran red de “casas de confort”, eufemismo de burdeles donde las mujeres eran esclavas sexuales. Y eso significaba que se las obtenía como se obtenía a un esclavo en la antigüedad, y se les trataba infinitamente peor.

"Mujeres de Confort", eufemismo japonés para referirse a las mujeres esclavizadas para prácticas sexuales. su destino era terrible...
Es cierto que se las reconocía médicamente de forma periódica. Pero no para tratarlas: toda la que tenía alguna enfermedad era ejecutada brutalmente, con gran variedad de posibilidades en dicha muerte. Los soldados, tratados con curas locales y pautas no muy correctas del compuesto 904, tenían muchas posibilidades de seguir manteniendo su infección de sífilis. Y aquí los japoneses, en su deficiente tratamiento de la malaria, encontraron un inesperado aliado. En 1917, el médico austriaco Julius Wagner – Jauregg descubrió que las fuertes fiebres que causaba la malaria dificultaban el contagio de la sífilis y mejoraban a los pacientes con cuadros primarios y secundarios de la enfermedad venérea. De hecho, y pese al Neosalvarsán, llegó a postular un tratamiento a base de inocular el parásito productor de la malaria, el Plasmodium Falciparum a los enfermos de lues, para luego tratarlos con quinina. Algunos morían de malaria, pero eso era preferible a padecer una enfermedad tan mal vista socialmente.

Dr. Julius Wagner - Jauregg
La gran mortalidad de soldados japoneses en los dos últimos años de guerra, junto con la abundancia de penicilina (que permitía curar a los ex – combatientes infectados de forma muy discreta) gracias a la ocupación militar aliada de Japón en los cinco años siguientes al final de la guerra, ha impedido conocer de forma exacta la incidencia de sífilis en el ejército y marina japonesa.
Los aliados gracias a la gran eficacia de la penicilina, lo tuvieron mucho más fácil. Los norteamericanos, que habían aprendido la lección de la I Guerra Mundial, hicieron un gran esfuerzo en la educación de sus soldados sobre modos de contagio, síntomas y posibilidades de tratamiento, así como modos de prevención. A tal efecto se realizaron multitud de cómics, folletos, manuales y posters, como el que un tal Stan Lee llegó a realizar (VD? Not for me!).



A los soldados que salían de permiso, se les facilitaba un “kit profiláctico químico individual” que contenía tres preservativos, una toallita jabonosa limpiadora, pomada con un 30% de calomelano (cloruro de mercurio) y un 15% de Sulfotiazol, y una hoja de instrucciones detalladas. A veces, incluso, y de forma sorprendente se incluían “por si acaso” un par de píldoras de sulfamida (totalmente inútiles como hemos visto contra gonorrea y sífilis).



La prueba de fuego vino al final de la operación Husky, en agosto de 1943. Messina quedó bajo gobierno militar americano, y el General George S. Patton que había conocido los estragos de la sífilis en la Gran Guerra ordenó que todos los burdeles de la zona quedasen bajo control directo del US Army, y todas las prostitutas fuesen reconocidas y tratadas médicamente. Los soldados sólo podían ir a lupanares “autorizados” y toda infracción de la norma, era castigada con una fuerte multa. El resultado, lógicamente, fue una tasa de ETS asombrosamente baja.
La otra cara de la moneda fue Palermo, bajo control militar británico. El General Bernard Law Montgomery, hijo de obispo anglicano, y muy puritano no quería ni oír hablar del tema, prefiriendo que sus capellanes insistiesen en la abstinencia… la tasa de ETS en el Octavo Ejército se disparó.
Pero la verdadera prueba de fuego vino a partir del 1 de octubre de 1943. En un irónico guiño al destino, volvemos a la casilla de salida, el puerto de Nápoles. Y si lo de Sicilia, una vez tomada, había sido una buena juerga, la ciudad italiana era Sodoma y Gomorra. Tal fue la tasa de contagio de ETS entre las tropas, que hubo miembros de la inteligencia británica que llegaron a pensar seriamente que podría tratarse de un complot del Eje. La solución, fue la que había realizado el US Army: control médico de los burdeles, educación a los soldados, kits de prevención, y obligación de declarar la enfermedad y someterse a tratamiento. Aún así, en la zona, la tasa de infección del mal napolitano seguiría siendo alta durante el resto de la guerra.


Los altos mandos aliados, así, se habían dejado de remilgos estúpidos. Comprendieron que los soldados eran hombres jóvenes, a los que les costaría resistirse no sólo a una buena juerga al volver del frente, sino también a las directas proposiciones y ofrecimientos de mujeres jóvenes, que agobiadas por la  gran necesidad y pobreza en las que la guerra las había sumido a ellas y a sus familias, no dudaban en tener contacto sexual a cambio de cosas que los soldados tenían muy a mano y en abundancia: comida, ropa o medicinas. No es de extrañar que en aquellos años, el producto más rentable para el mercado negro fuese la nueva droga milagrosa, la penicilina. Las nuevas medidas permitirían que en los años 1944 y 1945 la prevalencia de sífilis entre las tropas aliadas fuese la más baja que hasta entonces había tenido un ejército en suelo europeo.


¿Y qué hay de sus aliados soviéticos? Pues poco se conoce, fuera de textos en ruso, de cómo se enfrentaron a este problema. Pero si como muestra vale un botón, la Batalla de Berlín, en 1945, parece decirnos que no debieron hacerlo nada bien. Los soldados soviéticos, alentados por sus comisarios y su propaganda, recibieron carta blanca para tomarse la venganza, en Alemania, de la brutal ocupación de su patria durante casi cuatro años. El uso de violencia sexual no sólo se permitía, sino que además se alentaba. Y eso unido a una población muy empobrecida por los desastres de la guerra, no hace extrañar la alta tasa de enfermedades venéreas entre las filas de sus soldados. Concretamente la sífilis constituyó la segunda causa de baja de soldados soviéticos, sólo superada por la causada por los combates. Tan severo fue el problema que se solicitó a los aliados occidentales una remesa extra de penicilina, entregada al parecer por vía aérea. Una historia apócrifa de la guerra fría, aseguraba que en aquellos años, después del espionaje enfocado a obtener datos sobre la bomba atómica, la siguiente operación en importancia fue la infiltración comunista de los laboratorios Pfizer, a fin de obtener la máxima información para poder fabricar penicilina en gran cantidad en la Unión Soviética.


La sífilis ya podía ser tratada con eficacia, pero en absoluto estaba vencida, como demostraron las cifras de infección de la guerra de Corea. Durante los años 50 y 60, en muchos países occidentales, con los EEUU a la cabeza hubo un gran esfuerzo informativo sobre la misma a los jóvenes. Se buscaba así atajar la enfermedad desde su inicio, con prevención complementada con una red de dispensarios donde discretamente eran tratados los pacientes y sus parejas recientes. 
Además, la posología de las dosis fue mejorando, reduciéndose el número de inyecciones que se administraban, llegando hasta una dosis única intramuscular para sífilis primaria y secundaria de Penicilina G Benzatina de 2.400.000 de UI (aunque cuando yo estudié medicina, se recomendaba complementarla con dos inyecciones extras de dicho fármaco de 1.200.00 UI al quinto y al décimo día de la primera administración, hasta dar un total de 4.800.000 UI). Ese hecho mejoraba la adscripción al tratamiento, y desde luego era mucho más cómodo que las diez inyecciones seguidas diarias de, la mucho más dolorosa, Penicilina Procaína de 600.000 UI cada una (hasta un total de 6 millones de UI) que se ponían en la Segunda Guerra Mundial y en la Guerra de Corea.


Y esas campañas de prevención y tratamiento rindieron sus réditos cuando se enfrentaron los EEUU a la siguiente guerra en el Vietnam. Allí la relajación de la disciplina, las nuevas costumbres sexuales y el nuevo enfoque de la moral que dieron los años 60, junto con la amplia disponibilidad de servicios sexuales abundantes y baratos, propiciaron una tasa record de ETS, incluyendo la sífilis. Sin embargo, la existencia de pautas eficaces de tratamiento para todas ellas minimizó su impacto en las operaciones militares. Aunque, surgió una curiosísima historia: la de la “sífilis negra”.

Ejemplo de cómic educativo de los años 50.
Realmente, ya venía el cuento desde Corea, que a su vez aprovechaba una historia similar, sobre el destino durante la Segunda Guerra Mundial del personal con graves mutilaciones y quemaduras. Se decía que había un tipo especial de sífilis, incurable, que mataba con severa deformidad e inmensos dolores, ahogados en océanos de pus, a los infortunados pacientes. Cuando se detectaba un caso, rápidamente era evacuado a un secreto islote del Pacífico (que los “mejor informados” situaban cerca de la isla de Guam), donde allí quedaba hasta su espantoso final. No se les permitía regreso al hogar, para no difundir la enfermedad ni asustar a la población, y a sus familiares se les ocultaba la causa real de la muerte. A su ingreso, se les daba a elegir si preferían ser declarados muertos o desaparecidos en combate…


Desde luego que tal variante es totalmente falsa. Pero las fuerzas armadas norteamericanas no se cortaron, desde escalones superiores, en difundir el rumor, a fin de lograr evitar que muchos soldados se contagiasen visitando burdeles clandestinos o poco fiables.

Escena de la inmortal película "La Chaqueta metálica".

Cojo y manco quedaría el post si no mencionásemos la existencia de experimentos inmorales para conocer mejor el alcance de la enfermedad, que causarían especial vergüenza y rechazo a los médicos de las generaciones futuras. Como ejemplo mencionar la inoculación de sífilis para estudiar sus efectos y tratamientos a campesinos guatemaltecos en los años 40. Pero el más famoso sería el “experimento de Tuskegee” que comenzó en 1932.
Atraídos y engañados por panfletos que prometían atención médica gratuita, 600 varones negros y de clase baja de Tuskegee, Alabama fueron incluidos en un siniestro estudio. Se eligieron a 399 por tener la sífilis, y a otros 201 sanos como grupo control. Los enfermos no recibieron jamás tratamiento de ningún tipo, pese a la existencia de penicilina, durante 40 años de sus vidas. Sólo se les dijo que padecían una extraña dolencia sanguínea crónica. Así, durante esas cuatro décadas, se recogieron en detalle todas las manifestaciones clínicas de la evolución de un lues sin tratar. El precio fue muy alto: aparte del desarrollo de la forma terciaria en los supervivientes y la muerte prematura de 100 de ellos, también 40 esposas y 19 hijos e hijas se vieron contagiados. Pararía tal aberración gracias a las incansables denuncias de un joven epidemiólogo de San Francisco, el doctor Peter Buxton, que enterado desde 1965 no cejó en su empeño de ver cerrado tal monstruosidad. Lo lograría en 1972, tras filtrar todo el tema al New York Times. El gobierno, no se disculparía e indemnizaría a las víctimas hasta 1997.


Dr. Peter Buxton.

La sífilis como ya dije no está vencida. De hecho, después de la Gonorrea y muy por delante del SIDA, sigue siendo de las enfermedades de transmisión sexual con mayor prevalencia. Por el momento, los tratamientos siguen siendo efectivos, y apenas se ha informado de resistencias a los antibióticos, que en muchos casos más han tenido que ver con medicamentos falsificados o adulterados de alguna manera. También la clínica, tras el contacto del género humano con la enfermedad pasados uso siglos, ya no es tan brutal y rápida como al comienzo de nuestro relato. Pese a ello, la posibilidad que su infección afecte a un gran número de soldados no puede ser ignorada por parte de los servicios de sanidad militar.



Así que todavía queda mucho tiempo para poder seguir siendo la indeseada “novia” de muchos ejércitos.


1 comentario:

  1. Hola Ignacio,

    Viendo que desde 2014 no has publicado nada no sé si te llegará este mensaje, pero aquí queda.

    Estoy siguiendo la serie "The Frankenstein Chronicles" y el protagonista está infectado de sífilis, en otro capítulo aparece un paciente en el tercer estadio de la enfermedad, y me pareció una imagen impresionante. No pensé que se pudiese llegar a esa situación por culpa de la dichosa bacteria.

    El caso es que buscando más información sobre ello me he topado con tu blog y con este post en dos partes que me ha enganchado desde el primer momento. ¡Qué gran trabajo de investigación y qué forma tan amena de ordenar tantos conceptos interesantes y diferentes! Un poco de ciencia, enfrentamientos históricos, la moral de distintas épocas, la cultura popular, la discriminación por sexo, raza o estrato social, los claroscuros de la industria farmacéutica… Es un viaje en el tiempo muy entretenido de leer.

    Como diseñador gráfico además he disfrutado viendo los carteles, embalajes y propaganda de distintas épocas y descubriendo que el tal Stan Lee ya se había encontrado con las infecciones provocadas por bichos antes de que la araña picase a Peter Parker.

    En resumen, ha sido un gusto leerlo. Gracias por tomarte el tiempo de escribirlo en su momento.

    Un saludo,
    Diego N.

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