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martes, 18 de junio de 2013

PRESIDENTE POR UNA HORA



Si hay un siglo en la historia de España que es un gran desconocido para el público en general, y muy rico en anécdotas históricas, ese es el siglo XIX. Y mira que tiene hechos bien curiosos, pero pocos llegan al nivel del famoso presidente de “una sola hora”.



Quede claro que este blog está alejado de cualquier postura y posicionamiento político, y aunque es preciso reconocer que con un buen puñado de reyes nos ha ido muy mal, cuando hemos puesto una república, nos hemos lucido, como si el propio estatus del estamento republicano nos activase un oculto mecanismo cerebral a los españoles que nos lleve a pelearnos con saña entre nosotros. Si en la primera república el final acabó en el vodevil del cantonalismo y la entrada del general Manuel Pavía (a pie y no a caballo como se dice en muchas crónicas), que dio lugar a la anécdota de los diputados saltando por las ventanas del congreso a la cercana calle de Fernanflor, con la frase del citado general de “sírvanse sus señorías de dejar de saltar por las ventanas cuando pueden salir tranquilamente por la puerta”; la segunda república terminó en cruel guerra, un millón de muertos, cientos de miles de exiliados y represaliados, cuarenta años de dictadura, y unas tremendas heridas en el alma histórica de nuestra nación que algunos inconscientes siguen empeñados en impedir su cicatrización.

Famoso grabado de la entrada del General Pavía en el Congreso.

General Manuel Pavía.

Junio de 1873 era un mes aún peor para la joven primera república española. El parlamento era un tremendo gallinero a diario, y la crisis económica, el carlismo en el norte, una nueva guerra en Cuba y el inicio del cantonalismo sacudían los cimientos del estado. Este último era un fenómeno bien curioso y que casaba con lo peor de los vicios del español medio. Aprovechando la infantil e inocente concepción del federalismo de uno de nuestros políticos más inteligentes del siglo XIX, Don Francisco Pi y Margall, todo el mundo se había lanzado a la independencia de los lugares más insospechados. Si caótica y divertida había sido la del Cantón de Sevilla, que a poco tiempo sufrió la secesión del Cantón libre de Triana; más seria sería la de Cartagena en Julio, con unión de una buena parte de la marina de guerra española, y que durante casi un año motivó que nuestra escuadra navegase bajo pabellón “pirata”. Si no fue aniquilada por los cañones de la Royal Navy o de la Marine Nationale, en pleno ejercicio del derecho internacional imperante, fue más bien debido a razones de Realpolitik, de su posible uso para compensar a la marina rival, que de cortesía diplomática con un vecino que vivía un pésima época.

Proclamación del Cantón de Cartagena.


Cantonalismo y Carlismo...y Cuba, y crisis económica. la pesadilla perfecta para tareas de gobierno.
Por aquel entonces, de presidente de la República teníamos a D. Estanislao Figueras y Moragas. Político catalán, licenciado en Derecho, y ferviente actor y partidario de la causa republicana desde su juventud. Hombre culto y trabajador, aunque con un notable carácter, que por aquel entonces se decía melancólico, y hoy en día calificamos como ciclotímico. Y su sueño dorado, la República en España, se estaba transformando, en virtud de su puesto, en una nueva roca de Sísifo.

Los presidentes de la 1ª República.


            Sufriendo otra crisis de gobierno más, a principios de junio de 1873, se decidió una nueva dimisión del gabinete y elección de nuevos ministros. Por aquel entonces, el presidente de las cortes, D. José María Orense Milá de Aragón Herrero, político oportunista, de esos que tanto abundan todavía en nuestro país, y a quienes les da igual la que esté cayendo, con tal de lograr sus objetivos personales, maniobró para conseguir que la crisis de gobierno se decantase por el logro definitivo de la instauración del República Federal en España…y aquí, había mucha más miga de la que parecía, pues no era empezar la casa por el tejado…era comenzar alicatando el baño sin poner cimientos previos.

Entre los propios republicanos había su buena pelea: los “intransigentes”, el núcleo más duro, que querían que las cortes trocase en Convención, se liquidase la separación de poderes, y se impusiese sí o sí el federalismo más radical. Y contaban además con dos generales bien activos, Juan Contreras (que acabaría de general en jefe del Cantón de Cartagena) y Blas Pierda (recién salido del castillo de Montjuïc, y con un buen currículo ya de revolucionario experto); los “centristas” cuya cabeza visible era Pi y Margall, que establecía la necesidad de dotar primero al proceso con una nueva constitución; y los “moderados” con pesos pesados como Emilio Castelar o Nicolás Salmerón (ese curioso sabio español, metido a político, que intentaba enfocar su labor y discursos mediante la metafísica), que intentaban emular repúblicas como la francesa o la norteamericana, con una cabida más amplia de todas las opciones políticas. La sesión del 10 de junio, se haría legendaria…

De entrada, la dimisión de Figueras y su equipo de gobierno. Lo segundo, que Orense se lanzaría a la proclamación definitiva de la “República Federal”, buscando poderes máximos para las Cortes que presidía. Cuatro largas horas de estériles debates, llamadas al orden, amenazas de duelo y de querellas en tribunales…incluso de muerte. Al final, los diputados agotados, concluyen en una única moción en la que se ponen de acuerdo: volver a elegir al sufrido Estanislao, como presidente de la República. Si queréis disfrutar de tales sesiones, cualquier libro de anécdotas parlamentarias o incluso, uno de los episodios nacionales La Primera República, de don Benito Pérez Galdós (apasionado espectador de tales debates), cumplidamente colmaran vuestro deseo.


De inmediato, Don José María Orense, marqués de Albaida, presenta, burlado en su maniobra su dimisión fulminante…nuevo tumulto, nuevas peleas, y al final, una solución de compromiso: se elige a Don  Francisco Pi y Margall como presidente de las cortes…con gran pataleo entre los “intransigentes”.

Litografía de la época del Marqués de Albaida, tomada de Todocoleccion.net.

            Aquellas horas finales de la tarde del 10 de junio de 1873 habían acabado con los ánimos de don Estanislao. Y más aún, contando con que un nutrido grupo de “intransigentes”, entre ellos, los dos generales antes mencionados habían amenazado y animado abiertamente a la toma revolucionaria del poder, cuya primera medida sería el fusilamiento de Estanislao Figueras. Y eran gente que no andaba con bravatas…

Así que llegado a casa, y tras un frugal refrigerio, Don Estanislao cogió su mejor gabán, un sombrero, una bolsa con moneda diversa, un pequeño equipaje; y tras dejar una nota de dimisión la mesa de su despacho, se dirigió, sin comentárselo a nadie, a la estación de Atocha (previo paseo tranquilizador por el Retiro), donde abordó, como simple pasajero, el expreso nocturno a París.

Se dice que las personas tendemos a jurar o expresar nuestros más íntimos deseos, anhelos y preocupaciones en nuestro idioma nativo. Y Estanislao, eligió el catalán, dejando para la historia de España una deliciosa frase en dicho idioma (frase que historiadores atribuyen a que también pronunció en algún consejo de ministros): Ja en tinc els collons plens de tots nosaltres (estoy hasta los cojones de todos nosotros, y ruego perdonéis los conocedores del catalán si alguna falta cometí en la transcripción).

El sufrido, D. Estanislao Figueras.

Es fácil imaginar, en un clima político tan tempestuoso, lo que dicho proceder ocasionó. Correos cabalgando de un lugar a otro de la capital, intentando reunir a sus Señorías en el congreso, en reunión de emergencia. Y una vez allí, la que se organizaría en dicha sesión. Nuestro idioma tiene una palabra bien sonora para ello: Guirigay, que según nuestro diccionario es Gritería y confusión que resulta cuando varios hablan a la vez o cantan desordenadamente. Más que Cortes, un pandemónium

Y en esas que de repente, tras varias horas de estéril pelea, se presenta un oscuro capitán de la Guardia Civil en el congreso, con un mensaje urgente procedente del coronel en jefe del XIV tercio de la Benemérita, acuartelado en la cercana calle de Serrano. Por aquel entonces, como ahora, la Guardia Civil era la institución pública más apreciada por los españoles, y dicho tercio, además, por sus logros y disciplina era considerado como uno de los mejores del Cuerpo. Y el citado mensaje era bien contundente.

Anunciaba, dicho coronel a las cortes, que ante la ausencia de poder ejecutivo en España, él mismo, se acababa de autoproclamar como Presidente Ejecutivo de la República. Es más, amenazaba a los señores diputados que si en el periodo de tiempo de una hora no se elegía presidente y gabinete ministerial, procedería al envío, con correaje y mosquetón reglamentario, a tantos guardias civiles como diputados había, con la misión de obligarles a estar sentados en sus escaños, y a no poder levantarse hasta elegir gobierno, y terminar con una situación que ya era objeto de hazmerreír en todas las cancillerías europeas.

Preciosa miniatura (siento haber perdido el enlace, y no saber su autor), de Guardias Civiles con el precioso y fiable Mosqueton Remignton Rolling Block de 1871.


Me imagino el cruce llamadas telefónicas airadas que hoy en día, entre subsecretarios, secretarios generales, ministros, ministrables y parlamentarios de gin tonic, tal proceder hubiese provocado, todos del mismo pelaje: “ponme firme a este listillo ahora mismo…”. Pero en aquel tiempo, la Guardia Civil era tan valorada como hoy en día, y a los políticos todavía les quedaba un poco de vergüenza torera. Y ese oscuro coronel, se la había sacado bien afuera…

Pi y Margall, tomando las riendas de la situación, sonrojado del ridículo tan espantoso que provocaban las continuas discusiones sinsentido en el Parlamento, logró un acuerdo histórico de Gobierno, en poco menos de dicha hora. Devolviendo el billete por el mismo cauce, anunció al impetuoso mando la constitución del nuevo Gobierno de España. Fue respondido con la carta de dimisión de la presidencia y los mejores deseos y suerte para el nuevo gabinete.

Hoy en día, muchos historiadores serios niegan la existencia de esta anécdota que traigo al blog; y otros como el hispanista Raymond Carr, recogiéndola, la dejan en simple anécdota sin consecuencias, otorgando todo el mérito del acuerdo a la probada capacidad y sagacidad política del mencionado político republicano.

Tampoco es que el gobierno consensuado por Pi arreglase nada, pues duró poco a la vista de las grandes convulsiones del verano de 1873 (sólo duraría unos 27 días en la presidencia). La República estaba ya herida de muerte por sus mismos valedores, arrastrada por la cortedad de miras y el radicalismo de muchos. Al final, tras perder el gobierno Cautelar, en Enero de 1874, el General Pavía, gran valedor suyo en la fulminación del cantonalismo llevó a cabo la disolución de las cortes el 3 de enero. Luego vendría la dictadura del general Francisco Serrano que iniciaría la restauración borbónica. Además, traería al ejército la firme convicción del uso del pronunciamiento como forma viable de resolver crisis políticas. En 1936, pagaríamos con muchísimo dolor y sangre tan nefasta y errónea lección.

El general "bonito", D. Francisco Serrano, uno de los grandes protagonistas de la historia española del convulso siglo XIX.

Pero…¿quién fue el desconocido coronel de la anécdota? Pues a falta de datos concretos sobre una anécdota que muchos niegan la identidad más probable recae sobre el Coronel Jefe del XIV Tercio de la Guardia Civil en aquellos momentos, D. José de la Iglesia y Tombés; que tendría después de estos hechos, todavía una excelente carrera en la Benemérita, entre cuyos méritos, podría ser incluido el de haber sido presidente del gobierno por una hora…

Oficiales de la Guardia Civil en traje de gala (disculpad posibles errores, la uniformología no es mi fuerte). Por desgracia no he encontrado ninguna imagen del Coronel D. José de la Iglesia.


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